Zola Jesus es una amalgama de conceptos. Una suma de, veamos: diva synth-pop, musa 2.0 de los sonidos sintéticos y loca del coño. Aquí el menda podría preferir la tercera denominación para situar al personaje tras el que se esconde la ruso-americana de 22 años a la que sus padres, un día 1 de abril y desconociendo por completo en el engendro escénico que se convertiría menos de dos décadas después, decidieron ponerle Nika Roza Danilova como nombre. Pero lo que el menda quiera y decida da igual cuando con esa permeabilidad, visceralidad y expropiación de sensaciones internas aplicadas al sub-vulgo poético de la sintética septentrional inicia la maquinaría y arremete con una colección de canciones, una vez más, impolutas y que no ceden a discursos putativos, explosivos y plásticos. Zola Jesus, probablemente uno de los grandes nombres en femenino de ese oscurantismo digital apócrifo, extralimitado, magullado, violado y modélico que hereda tanto de Lydia Lunch y Diamanda Galas ese sentido de la expansión escénica como de Patti Smith y Siouxsie Sioux esa concepción anodina medio masculinista que irradia su voz como, claro, esa actitud divina pero medio gaseada que ha dejado ver, en cierta manera, tanto Björk como ñu ambigüistas de la métrica como Hanne Hukkelberg, Maria Minerva, Ela Orleans o Mushy, entre otras. Una parodia en sí misma de la ópera sintética más seria de la historia.
“Conatus” (Souterrain Transmissions, 2011), tercer material largo en los poco más de tres años que Nika lleva pariendo singles, EPs, splits y, claro, álbumes, quizá sea la consumación en versión moderada detrás del atolondrado y declarada y macizamente asustadizo y desesperado “Stridulum II” (Souterrain Transmissions, 2010). No porque su segundo álbum haya sido una locura poco formal y manejable el siguiente ejercicio tiene que tratarse de su versión light para que no piensen que está como un cencerro (porque, querida, lo estás igual), sino más bien para reunir a las multitudes en torno a una serie de combinaciones perfectistas entre el sonido de sintetizador en versión ochentosa pero también cercano a actualizaciones modélicas como Cold Cave. Quizá por eso con este tercer LP Zola Jesus se acerque un poco más al catálogo de sellos como Not Not Fun (Umberto, LA Vampires, Innergaze) o AMDISCS (Dream Boat, Terror Bird o Persona La Ave rezan al revés desde una esquina) que al de la desesperación sintomática, aquejada, traumatizada y violada de aquellos congéneres del witch house hoy, parece, olvidados (Mater Suspiria Vision, SALEM o How to Dress Well, entre otros). Misma razón, la de esa apacible pasividad y congregación de tonos ocres, la que le lleva a lanzarnos a la pista de baile en el ecuador del disco, con ese hit metamórfico y espacial titulado “Seekir”.
En definitiva, “Conatus” es un trabajo bastante más adulto, moderado y que moldea los escasos recursos que la sintética simplista ofrece para prepararnos un plato de la casa en el que las ínfulas de muchacha cercana al pop dejan entreverse en “Vessel”, pero las de esa mujer que saca a pasear esos tonos vocales soul embebidos en una atmósfera exquisitamente ochentera como “Hikkomori” la coloca frente a nuestros ojos como una diva versátil: la misma que golpea sobre su propia cuadrícula como si de la PJ Harvey más riot se tratase en algunos momentos de “Lick the Palm of the Burning Handshake” o que deslumbra con luminarias redentoras casi de iglesia del siglo XXIII en una “Collapse” que es todo metáfora, confesión y queja magullada. Mil pequeños dolores blancos.
[Alan Queipo]