Ya hemos visto la exposición de zapatos de Manolo Blahnik en Madrid… Y te lo explicamos todo al respecto (incluso la reacción de la gente).
Nueve áreas temáticas separan, desde el pasado 28 de noviembre y hasta el próximo 8 de marzo, las “obsesiones” de Manolo Blahnik expuestas en el Museo Nacional de Artes Decorativas, en Madrid. Y dejad que os diga una cosa: si alguien (como, por poner un ejemplo que me queda cerca, yo misma a mis 12 años) se atreve a reducir lo que significa un par de Manolos a la asiduidad con que Carrie Bradshaw recurría al diseñador para realizar terapia emocional, vamos mal.
En esta exposición no hay ni una sola referencia a “Sexo en Nueva York“. Ni una salvo la presencia, sin pena ni gloria, de los Hangisi (¿recuerdas aquel par azul eléctrico con hebilla brillante que Mr. Big regala a Carrie para pedirle matrimonio y que ella coloca en el vestidor de su casa? Pues esos mismos, pero en rosa). Ahora bien, si alguien echa en falta más referencias a la serie y al personaje mencionas, es que no ha entendido absolutamente nada de la trayectoria de un señor que, con su arte a la hora de diseñar zapatos, ha conquistado a perfiles tan dispares como Lola Flores, Rihanna, Isabella Blow, Diana Vreeland o Kate Moss.
El Museo Nacional de Artes Decorativas es, de hecho, un edificio majestuoso que remite a otra época: lámparas de araña, señores serios pintados en la escalera, colores pastel, escaleras amplias que se bifurcan hasta llegar a seguratas bastante majetes que custodian la siguiente sala… Y, sí, claro, en el caso concreto de la expo que nos ocupa, “Manolo Blahnik. El Arte del Zapato“, pues muchísimos zapatos.
Algunos de los espacios de la exhibición sirven para centrar la atención en el proceso de creación (como es el caso de la sala Manolo Blahnik y su taller). Otros, con estructuras inimaginables, evocan el lenguaje de artistas como Picasso o Mondrian (sala Arte y Arquitectura). Lagartijas que reptan sinuosas por el tobillo, flores hasta decir basta, verde esmeralda por todas partes (la sala dedicada a la Botánica). Inspiración tribal africana, foto de Linda Evangelista con gaita y tartán aquí, cerámica japonesa allá, tapices exóticos por todas partes (Geografía). Tejidos brillantes, volantes, lazos, pastel a más no poder, Kristen Dunst en bucle hartándose a comer cupcakes (sala Marie Antoinette). Una silla pintada por Estrella Morente dedicada al diseñador, zapatos inspirados en Goya, la peineta de Lola Flores (todo ello en la sala dedicada a España: Bajo la Luna). Paredes rojas, Diana Vreeland presidiendo, botas en colaboración con Vetements que resultan demasiado altas para ser observadas con un solo golpe de vista (y que, durante una visita, fue fotografiada ni una ni dos sino tres veces por una mujer que volvía sobre sus pasos para obtener nuevas instantáneas), una portada de la novela Madame Bovary en la que esta calza unos manolos -y me siento orgullosa de afirmar para mis adentros que era precisamente así como yo imaginaba a esta heroína literaria- (en la sala Obsesiones). Zapatos casi de Cenicienta, zapatos casi de la Bella Durmiente, zapatos con un montón de hebillas de Swaroski, zapatos con flecos, lazos, pedrería, perlas, y con todo lo existente y adecuado para una noche de esas que la mayoría de los mortales no viviremos jamás (sala Gala).
Por último, evidentemente, lo que una chica que entraba a la sala al mismo tiempo que yo denominó con relativa confianza como Los Clásicos. Y, oye, ahí estaban los Hangisi rosas acompañados de fotografías del archivo más icónico de Condé Nast, tal y como la de Grace Coddington y Blahnik en la piscina, colocada junto a otras instantáneas de Cecil Beaton, Mario Testino o Helmut Lang (todo ello en la sala Vogue, parte fundamental en la organización de esta exposición). Y, mira, si esta chica dice con tono familiar y contundente que estos son Los Clásicos, pues ya está, lo son. Y punto.
En una vitrina en la pared, las botas vaqueras que Blahnik diseñó junto a Rihanna la vigilan. Llegados a este punto, tengo que admitir que fue sorprendente la cantidad de gente que, en su momento, buscó foto de Rihanna con las susodichas botas para comprobar si eran o no ponibles… A lo que yo respondo como autoridad reputada en ningún campo en absoluto: cariño, deberías tener claro ya a estas alturas que Rihanna puede ponérselo TODO. Literalmente.
“Ay, qué bonito, me encanta la silla, ¿eh? Mira la silla, jo, es que me encanta”, repetía una señora a otra señalando la silla Leda de Óscar Tusquets. Y, mientras tanto, otras dos debatían si la taza diseñada por Kandinsky era o no era, como rezaba el dichoso cartelito, propiedad del Zar Nicolás II. Yo, por mi parte, sonreía tristemente ante el hecho de que absolutamente nadie prestaba especial atención a los zapatos salvo una mujer que se pavoneaba de identificar la talla tan solo con mirarlos (porque, añadió, ella ya tenía unos Manolos). Su acompañante, perpleja, me representaba totalmente. Pues olé tu don, tía.
“Jo, esa foto es tan tú”, dice una chica de unos 21 años a su amigo ataviado con lo que parecía (o pretendía) ser un pedazo de visón. Y él, orgulloso, para corroborarlo móvil en mano, se lleva de recuerdo el halago: Christy Turlington por Peter Lindberg posando como máximo exponente de la ostentación directita a la galería del iPhone del susodicho. Unos pasos por delante, una pared repleta de diseños y la voz de un Manolo Blahnik que se ríe entre las tomas del vídeo con el que finaliza la exposición, en el que alecciona divertido sobre qué debe hacerse para triunfar… Y que una pareja mira embelesada, riéndose a destiempo con los subtítulos.
Así que, sí, muchos, muchísimos pares de zapatos. Una infinidad de ideas genuinas y desarrollos técnicos impresionantes resultado del culto a la curiosidad, exclusividad y artesanía. Y todo ello salido de la mente de un niño mitad canario mitad checo (aunque la etiqueta engañe) que nos recibe en la primera sala ligerito de ropa y rodeado de dibujos que parecen creados expresamente para ser expuestos (estamos hablando de pies con la pedicura impecable y acotaciones, que forman marcos para el dibujo, con caligrafía aún más bonita que la de las cuentas de escritura de Instagram).
“Manolo Blahnik. El arte del zapato“, es una invitación al universo del diseñador, a entender qué le inspira y a saber de él mucho más de lo que Carrie ya dejaba entrever desde un primer momento: que su nombre deja en el aire un aura palpable que convierte todo lo que toca en deseable. [Más información en la web del Museo Nacional de Artes Decorativas]