Esta crónica de Super Bock Under Fest no solo te habla de todos los conciertos del festival, sino que también se pregunta: ¿ha sido la confirmación de la gran cita musical de Vigo?
Primero fue Félix el que se unió al concierto de presentación del Super Bock Under Fest. Dos semanas después, fue Hugo el que decidió inmiscuirse en la celebración propiamente dicha del festival realizado en Vigo el fin de semana del 23 y 24 de marzo. No, no nos referimos a dos tipos que quisieron colarse en la fiesta, sino a las dos borrascas llegadas a Galicia que amenazaron con deslucir el evento que ha nacido con la vocación de convertirse, por fin, en la cita de media / gran envergadura que lleve a la ciudad olívica de manera estable cada año una serie de directos protagonizados por referencias locales, estatales e internacionales, fijándose con especial atención en el país vecino, Portugal.
Y no hablamos del tiempo como cliché de típica conversación de ascensor, sino que lo hacemos por el planteamiento del Super Bock Under Fest: expandirse por diferentes espacios y salas de Vigo, con lo que el trasiego exterior debía fluir en las mejores condiciones posibles para que la experiencia ofrecida por el festival fuese completa. De hecho, afirmar que el Super Bock Under Fest se proponía tomar las calles viguesas no es una simple metáfora, ya que su programación se extendió a ellas con varias actuaciones que, inevitablemente, sufrieron la inestabilidad meteorológica (Presumido, por ejemplo, no pudieron sacar adelante su concierto).
Esas mismas calles eran las que funcionaban como caminos a seguir de un mapa sonoro en busca del tesoro a descubrir o redescubrir, ya fuera en forma de pop, rock, electrónica u otros géneros inclasificables. De este modo, el Super Bock Under Fest fue, en esencia, una colección de diversos nombres y estilos que catar en vivo sobre la marcha, literalmente. Por eso, se quisiera o no, a veces no quedaba más remedio que elegir a qué grupo o artista escuchar y cuál descartar de entre los más de 20 componentes del cartel… Eso sí, independientemente de quien se tratara, el resultado era, en todo caso, satisfactorio.
A continuación les relataremos la ruta de Fantastic a través de las dos jornadas de la primera edición del Super Bock Under Fest.
VIERNES 23 DE MARZO. El comienzo de la larga noche de música non stop se iba a producir en La Casa de Arriba, cuyo ambiente cálido e íntimo prácticamente obligaba a disfrutar de un concierto plácido y sinuoso.
Nádia Schilling cumplió con creces acompañada de su banda al entregar casi en mano, con máxima cercanía, su reposado folk-pop eléctrico. Había la tentación de etiquetarla como una versión portuguesa de Angel Olsen cuando tensaba las cuerdas de su guitarra, aunque su personalidad emergía con más claridad y encanto al suavizar su voz entre pasajes tan lánguidos como ensoñadores.
Una de las tónicas del Super Bock Under Fest consistía en el cambio radical de estilo entre sala y sala en cuestión de minutos. Hecho que se comprobó automáticamente con el salto a La Iguana Club, templo vigués del rock en el que Capsula se desenvolvieron a las mil maravillas. Se notaba que se encontraban en su salsa absorbiendo los ecos de la historia del mítico local, unas fuerzas invisibles que multiplicaron la pegada de su rock de alto voltaje aderezado con gotas punk y abrillantado con algún toque glam. Martín Guevara y Coni Duchess Duchess derrocharon energía y sudor sobre y fuera del escenario, exhibiendo aptitud y actitud en un fogoso aquelarre sónico con el que invocaron los espíritus del viejo rock ‘n’ roll y demostraron que este nunca morirá.
En la Masterclub se vivió un momento desconcertante con Telefon Tel Aviv ante su portátil y en medio de la penumbra. Por un lado, Joshua Eustis jugó a desarmar a la audiencia con su abstracción ruidista, a medio camino entre el ambient tenebroso y la IDM atmosférica de tono sombrío. Por otro, algunos asistentes rompían la tensión del directo por culpa de incómodas conversaciones y continuos paseos de acá para allá.
Así se hacía complicado sumergirse de lleno en la (difícil) propuesta audiovisual de Telefon Tel Aviv, quien introducía relámpagos lumínicos en una agresiva a la par que hipnótica sinfonía metálica que alcanzaba los oídos en forma de caos ordenado compuesto de frecuencias graves, ondulaciones pesadas, crujidos armónicos y bajos potentes. Tan pronto como caía una tormenta sintética de ritmos dislocados, se creaban golpes electrónicos casi bailables. Fue un set para paladares exigentes y arriesgados.
El plan trazado por MounQup tampoco se basó en estructuras previsibles, aunque sí más accesibles y tendentes con mayor claridad al movimiento físico. En su caso, tejió un entramado de loops, melodías coloristas y cantos tribales conducido por una voz que hacía buena esa recurrente analogía que la sitúa como la traducción franco-galaica de Björk. A la vez, a un metro escaso de la tarima de la sala Goma Laca, también era posible distinguir semejanzas con tUnE-yArDs. Ya se inclinase hacia una u otra referencia, MounQup justificó por qué hoy en día es una de las artistas a seguir con más atención en el noroeste peninsular.
Si descendiéramos unos cuantos kilómetros hasta cruzar la frontera y pasar a Portugal, nos encontraríamos con otra revelación: los jóvenes Toulouse. En la Mogambo, sorprendieron a todos aquellos que nunca les habían seguido la pista con su indie-pop a los Beach Fossils. En algunos temas recurrían al post-punk ochentero y, en otros, al noise-pop cuando exprimían sus guitarras sin dejar que la velocidad rítmica decayese ni sus melodías perdiesen frescura.
De regreso a la Masterclub, se apreciaba al atravesar su puerta un intenso olor a incienso… Había una explicación: Basanta estaban preparando su particular rito pagano. Ataviados con sus ropajes y máscaras entre mitológicas y satánicas, abrieron una vía hacia el trance místico mediante el rock psicodélico y telúrico, tan melodioso como compacto, de las canciones conocidas desde su primera maqueta (“Legión”, “Cromestesia”) y de otras más recientes (“Karma”, “Inferis”) que también formarán parte de su esperado estreno en largo, “Colorama” (C4Music, 2018).
En medio de un caudaloso chorro eléctrico, puntuales trazos pop, algunos pulsos kraut (“Tentación”) y su discurso espiritual, a Basanta sólo les faltó dibujar un círculo con una estrella de cinco puntas en su interior y llamar al Can Cerbero para completar su, más que concierto, sesión de ocultismo rockero. Lo que sí lograron fue ejecutar la mejor actuación de la jornada inaugural del Super Bock Under Fest.
[/nextpage][nextpage title=”Sábado 24 de marzo” ]SÁBADO 24 DE MARZO. La gran pregunta del segundo día de Super Bock Under Fest surgió antes de que la música empezase a sonar en el Auditorio Mar de Vigo: ¿no hubiera sido más adecuado que Benjamin Clementine tocase en el auditorio propiamente dicho y Myles Sanko en el hall y no al contrario, tal como estaba previsto? Las propuestas de cada uno de ellos invitaban a esa reflexión, pero ambos demostraron que, en realidad, no importaba en qué espacio iban a desplegar sus respectivos shows gracias a su capacidad de adaptación y versatilidad.
A Myles Sanko le vino como anillo al dedo el escenario del auditorio. Rodeado por su completa y elegante banda, que confeccionó un sonido pulcro y bien adornado con metales y piano, proyectó su magnífica voz con sensibilidad y firmeza en cada uno de sus pasajes de soul refinado interpretados con el corazón. A sus amplios matices vocales añadía, algo habitual en él, una continua conexión con la audiencia, que tardó en arrancarse de sus asientos para acompañarlo cuando lo solicitaba quizá intimidada por la imponente atmósfera del lugar.
Pero, a partir de “Come On Home” y sus adhesivas estrofas, el público empezó a soltarse guiado por un Sanko poseído por el espíritu de Marvin Gaye, una estampa que se reprodujo durante “Forever Dreaming”. El británico demostró así que es un soulman de los pies a la cabeza en un directo realizado según modos de la vieja escuela pero que no dejó de sonar contemporáneo. Su apoteósica relectura del “Move On Up” de Curtis Mayfield puso el broche festivo a un recital, como él mismo perseguía, desbordante de emoción y buenas vibraciones.
Esos dos ingredientes no faltaron en la función de Benjamin Clementine, aunque cuajaron de una manera muy diferente. Al principio, mientras daba la bienvenida a su jungla particular, el londinense exhibió una solemnidad creada con su profunda voz y las teclas de su gran piano Steinway que subyugaba, sentimiento al que contribuía un bagaje escenográfico compuesto por luminarias perfectamente ubicadas e inmaculados maniquíes blancos con forma de niño, hombre o mujer embarazada que parecían personajes sacados de la serie “The Leftovers”.
Poco a poco, esa introducción casi ceremonial fue dando paso a la vena más teatral de Clementine, que dirigió una actuación más próxima a una performance (secundado por sus tres uniformados compañeros) que a un concierto al uso. Así también es su visión musical, tan abierta y, a veces, compleja que resulta muy difícil clasificarla. En vivo, esa tarea no llevaba a ninguna parte. Sobre todo por la forma en que elevaba sus composiciones (más que simples canciones) gracias a su destreza instrumental y al poderío de sus cuerdas vocales, con las que alcanzaba picos de alta tensión para luego pasar en un abrir y cerrar de ojos a delicados remansos de paz.
Entre el desgarro y el susurro. Entre sonidos tiernos y volcánicos. Entre fuego y lágrimas. Clementine expuso sin tapujos su condición de cantautor extremo. Y también la de artista integral capaz de atrapar al público con comentarios jocosos y llevarlo en volandas en momentos exultantes cuando convirtió “Condolence” en una lección de canto y “Jupiter” en un acto de comunión colectiva. Benjamin Clementine rompió todos los esquemas y cualquier convención genérica. Demostró que su música es absolutamente libre, creativa e imprevisible. Y confirmó que todos aquellos que opinan que es el cantautor más especial del último lustro no se equivocan.
La aparición de Australian Blonde en La Fábrica de Chocolate podía interpretarse como una reivindicación de su legado power-pop y de su importancia en la historia de la música independiente española, por la que se pasa de puntillas más de la cuenta. Fuese voluntaria o no dicha intención, Fran Fernández, Pablo Errea y Paco Martínez más el cuarto blonde, Paco Loco, repasaron una buena porción de su vasta discografía repartiendo a diestro y siniestro melodías vigorosas y explosivos riffs de guitarra cuya energía parecía absorberla Paco Loco, que se vació sobre las tablas. Tanto, que a punto estuvo de destrozar sus gafas… El chute de nostalgia alcanzó su cumbre con “Chup Chup”, clásico inmarchitable que zarandeó los recuerdos noventeros de muchos de los presentes, revividos mientras tarareaban su inapelable estribillo.
A la década de los 90 también saltaban en algunos tramos Rayotaser, nuevo proyecto de los gallegos Alex Mera, Pablo López y Alex Penido, aunque este último no pudo sentarse tras las baquetas sobre la tarima de la sala Goma Laca. Así que sus dos compañeros se apoyaron en sus sintes, sus ritmos programados y su bajo para pasar como una pelota de ping-pong del house al synthpop bailable (y viceversa) en un proceso que recordaba al anterior grupo de Mera, Colectivo Oruga; pero también a otra banda gallega del ramo, Músculo!, a New Order e incluso a Cut Copy, teóricas influencias de un trío que se encuentra en plena fase de maduración de su ideario sonoro y estilístico. El Super Bock Under Fest fue el escaparate perfecto, por su amplitud y variedad, para que Rayotaser siguieran ensanchando su horizonte. [Más información en la web de Super Bock Under Fest] [FOTOS: Iria Muiños]
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