«Lo Demás Es Aire» de Juan Gómez Bárcena es mucho más que una novela de vuelta a los orígenes para (re)construir tu identidad… Es una locura narrativa en la que todo ocurre a la vez en todas partes.
En el momento en el que Tamara Falcó se hizo viral mencionando el «microverso» en las declaraciones sobre su separación de Íñigo Onieva, la cosa estaba clara: hasta tu madre sabe qué es el multiverso, ya sea este de locura marveliana o no. También es cierto que hace décadas que la ciencia ficción maneja conceptos en los que los tiempos y las dimensiones (¿es el tiempo en sí mismo una dimensión?) se solapan unos sobre otros y que, por lo tanto, quien no se ha enterado es porque no le ha dado la real gana.
Si algo hemos aprendido de la sci-fi es que, más que probablemente, nuestra dimensión no sea la única que existe. Eso por un lado. Y por el otro, que el tiempo (lo consideremos una dimensión o no) es un constructo humano y que, por lo tanto, no existe. Es una mentirijilla que nos contamos entre nosotros para ordenar el mundo a nuestro alrededor y nuestra existencia en el interior. Una superchería que nos evita el mal trago de afrontar la realidad: la certeza de que, si el tiempo no existe, tampoco existen los conceptos pasado, presente y futuro.
Y que, por lo tanto, todo ocurre a la vez. El pasado no pasó sino que está pasando ahora mismo mientras que el futuro ya pasó y lo tienes aquí, delante de tus ojos, pero no puedes verlo ni palparlo ni aprehenderlo porque, igual que tus sentidos no están preparados para percibir el resto de las dimensiones, lo mismo ocurre con el tiempo. El tiempo no como una línea que transcurre en un único sentido, sino como un punto en el que todo converge y se arremolina sobre sí mismo, es moneda de cambio común en la ciencia ficción de las últimas décadas.
Pero, ¿qué ocurre si abordamos este concepto no desde un precepto sci-fi, sino desde otro género? Pongamos, por ejemplo, desde el punto de partida de la novela de retorno a los orígenes, esa en la que el autor / personaje principal vuelve al pueblo en el que creció, a lo mejor tan solo el pueblo en el que veraneaba pero en el que habían crecido sus padres, y se busca a sí mismo. Signifique eso lo que signifique. «Buscarse a uno mismo«. Ya ves tú. Explicarse a uno mismo entendiendo el papel que juega dentro de un árbol genealógico mucho más basto y con unas raíces que penetran hacia un pasado que contiene las claves para entender el presente.
Esa es la novela de retorno a los orígenes canónica. Una novela que, como ha quedado claro, se basa por completo en la asunción del tiempo como línea unidireccional que el protagonista puede abordar y surfear en dirección contraria para llegar hasta el pasado. Pero repito: ¿qué ocurriría si alguien sudara por completo de este punto de partida y acercara la novela de retorno a los orígenes a un quiebro del constructo temporal? Pues lo que ocurre es que te queda una novela como «Lo Demás Es Aire«, de Juan Gómez Bárcena, editada por Seix Barral.
Es este un libro, de hecho, que se puede explicar de formas muy diferentes. Puede decirse, por ejemplo, que es una novela en la que el propio autor (aunque nunca se señala a sí mismo como protagonista y, de hecho, se camufla bajo el nombre de «el madrileño», elegido con finura para denotar extranjería desde el minuto cero) vuelve al pueblo familiar, Toñanes (Cantabria). Allá, retoma una vena investigadora que ha tenido desde niño y empieza a deshacer la madeja del tiempo para encontrarse con las historias de todos aquellos que poblaron el mismo espacio, sean familiares suyos o no.
Pero «Lo Demás Es Aire» también puede y debe explicarse de otra forma, porque lo magistral aquí es precisamente la decisión de Juan Gómez Bárcena de simultanear todos los tiempos. Cada página incluye un amplio margen en el que el lector puede encontrar, a modo de guía, el año en el que está ocurriendo la acción narrada por el autor. A veces, la acción de un año se dilata a través de las páginas (aunque no a través del tiempo); y, otras veces, una misma línea encapsula hechos de años diferentes que nunca se atropellan, sino que se enriquecen los unos a los otros.
Dicho de otra forma: «Lo Demás Es Aire» no se estructura en torno a las investigaciones de «el madrileño», ni mucho menos se alinea en un orden en el que los descubrimientos de la investigación vayan aportando revelaciones que ayuden al personaje a (re)construir su identidad. Aquí lo importante no es «el madrileño», sino la experiencia de Toñanes como un punto geográfico en el que todos los tiempos se acumulan unos sobre otros y, de esta forma, despliegan columnas de belleza infinita que tienen sentido por sí mismas.
Las descripciones del paisaje (magnánimo, magnético, fascinante) son tan importantes como las descripciones de los hechos. Algunos personajes son meras estrellas fugaces que pasan por las páginas de «Lo Demás Es Aire» con rapidez para nunca más reaparecer. Otros personajes de Juan Gómez Bárcena son recurrentes e invitan al lector a armar poquito a poco un puzzle que, al llegar al final, revele las historias que ha ido recolectando de forma fragmentaria.
Y aquí es donde el lector tiene que decidir cómo lee «Lo Demás Es Aire«: como una mera acumulación de relatos que nada tienen que ver los unos con los otros (y que son gozosos en su propia experiencia literaria) o como relatos con vasos comunicantes que los unen a través del tiempo para revelar dimensiones inéditas. Yo confieso: pertenezco al grupo de los segundos lectores, de esos que se empeñan en buscarle sentido al sinsentido del tiempo.
Por eso, a lo mejor, soy incapaz de quitarme de encima la idea de que la historia de la parturienta que, hace siglos, teme por su vida pero teme más todavía que su hijo recién nacido no vaya al cielo por no haber sido bautizado está íntimamente ligada a la historia de la madre de «el madrileño», obligada a hacer reposo por miedo a perder al bebé que está gestando. Pero repito: puede que el pasado no explique el presente y sea, simplemente, otro tiempo que se acumula aquí y ahora de forma azarosa pero infinitamente bella.
Porque el pasado ejerce un poder de fascinación sobre «el madrileño», pero también sobre el lector. Puede que la historia del niño con los amonites sea uno de los relatos de pérdida de la inocencia más bonitos que haya leído últimamente… Y ya está. Puede que la historia de los dos amantes que ven su baile interrumpido en unas fiestas del pueblo y pasan años buscándose y no encontrándose sea uno de los relatos de amor más bonitos que haya leído últimamente… Y ya está.
Puede que la historia sobre el hombre que lo pierde todo por culpa de su obsesión por un pedazo de tierra minúscula sea uno de los relatos sobre la absurdez humana más certeros que haya leído últimamente… Y ya está. Puede que las conversaciones del protagonista con los viejos del lugar, en las que estos se lamentan porque el tiempo los haya olvidado y desterrado a la (casi) nada sea uno de los relatos más descorazonadores que haya leído últimamente… y ya está.
Y puede que «Lo Demás Es Aire» sea una de las novelas de regreso a los orígenes más complejas, exuberantes, ricas, elocuentes, emocionantes y emocionales que haya leído nunca… Y ya está. Pero prefiero pensar que es mucho más que eso. Prefiero pensar que Juan Gómez Bárcena acaba de conseguir lo imposible: convertir la ciencia ficción en (ultra)realismo. Utilizar las herramientas de la sci-fi para construir el relato definitivo sobre la construcción de la identidad.
Porque todos somos los lugares que hemos habitado y las historias que han habitado esos lugares. Y eso es lo que se encuentra dentro de «Lo Demás Es Aire» todo a la vez en todas partes. Bueno, en todas partes no, solo en Toñanes. Pero ya es suficiente para romperte el corazón. [Más información en el Twitter de Juan Gómez Bárcena y en la web de Seix Barral]