Fosbury Fest hacía tres años que no se celebraba… Pero ahora vuelve con fuerza y, por eso mismo, entrevistamos a los organizadores del festival.
Sin atrevimiento es imposible expandir horizontes y abrir nuevos caminos. Tampoco sin inquietud ni fuerza de voluntad. Esta combinación de virtudes parece a veces una cuestión genética con la que se nace. Son, por decirlo de algún modo, cualidades innatas de las que los miembros de Atención Tsunami andan sobrados. Solo así se explica que, con su trayectoria totalmente consolidada, se les pasara por la cabeza activar en paralelo otros dos grupos compartidos: Paracaídas e Incendios, que complementan el post-math-rock de la banda nodriza desviándose hacia el post-rock emocional y el pop con trazas slowcore, respectivamente.
Pero Álvaro Marcos, Miguel Bellas, Aarón Palazón, Dave y Choco no se conformaron con multiplicar su ocupación artística: también se les ocurrió fundar su propio sello, Récords del Mundo, inicialmente ideado para editar los discos de sus tres grupos, aunque predispuesto a impulsar trabajos de proyectos ajenos. Por si no fuera suficiente, en 2015 dieron un paso más en su cruzada musical al organizar (con ayuda de Pablo Palomo, antiguo batería de Autumn Comets) el Fosbury Fest, evento que presenta en directo un buen ramillete de nombres, principalmente, pertenecientes a la escena alternativa de Madrid.
Dentro de unos días, el Fosbury Fest alcanzará su cuarta edición, que se dividirá a lo largo de dos jornadas en tres espacios de la capital. El jueves 23 de enero, en la sala Siroco, se subirán al escenario Amparito y Owl C. (gran apuesta de Récords del Mundo). Ese día también deberían hacerlo Charnego, pero han sido baja de última hora por motivos de salud. Y el viernes 24 de enero, por la sala El Sol aparecerán The Secret Society, los barceloneses Retirada! y los mismos Atención Tsunami. El final de la velada se trasladará al Lucy In The Sky Club, donde CanelaParty djs más Amparito y Atención Tsunami tras los platos protagonizarán la afterparty.

“Nos apetecía poner nuestro granito en el culo para mover un poco, a nuestro modesto nivel, la escena local. Por encima de eso, el Fosbury es, sobre todo, una celebración anual de la música, por hacernos mágicos, y del seguir un año más juntos haciendo cosas y compartiéndolas. También, una oportunidad para programar a grupos que nos flipan, a artistas que hace mucho que no vemos o a otros que aún no hemos visto y nos morimos de ganas de ver, como Retirada! este año”, explica Álvaro sobre la concepción de, más que un festival al uso, una fiesta que sirve para testar el estado del panorama independiente madrileño.
Sin embargo, ese contorno geográfico autoimpuesto se fue difuminando rápidamente. Al fin y al cabo, este tipo de citas funcionan como espejos que reflejan múltiples sonidos provenientes de diferentes orígenes, de ahí que el Fosbury Fest evolucionase en esa dirección, tal y como apunta Álvaro: “Dentro de nuestras posibilidades, nos apetecía abrir un poco el arco y no limitarnos a grupos locales. En la segunda edición invitamos a la apisonadora zamorana de El Lado Oscuro de la Broca. Y en la tercera a nuestros admirados Diola, de Pontevedra, y nos dimos el gustazo de cerrar con Nueva Vulcano. Este año estamos muy ilusionados con que se hayan apuntado Retirada!, que vienen de Barcelona, y a los que era imperioso traer ya a Madrid”.
El espíritu celebrativo del Fosbury Fest se extiende a su funcionamiento interno, fiel al estilo de sus responsables y eficaz, pero alejado de las rígidas dinámicas que suelen aplicarse en otros festivales. “La selección de grupos es una de las partes más disparatadas de la organización del sarao [confiesa Álvaro], pues somos seis personas proponiendo artistas como locos y votando en sucesivas rondas de un ‘doodle’ gigante que parece que no se acaba nunca. No hay ningún límite a priori. Diría que el único patrón que une a los grupos, si lo hay, más que estilístico, sería una forma de relacionarse con la música con la que nos sentimos afines. Después, las agendas y disponibilidades de los seleccionados van determinando el cartel final”. Este particular modus operandi se ha convertido, viendo el óptimo resultado de sus anteriores ediciones, en una de las características más singulares del Fosbury Fest, aunque no se distinga a simple vista.
De idéntica manera, tampoco se advierten las dificultades que se deben superar para sacar adelante un certamen con grandes intenciones pero de modestas dimensiones. De hecho, el Fosbury Fest se ausentó durante 2018 y 2019, una situación que Álvaro y compañía vivieron con normalidad: “Ha habido un par de años que, por problemas de agenda (alguno estábamos viviendo en el extranjero) y de falta de tiempo por los curros y los mil frentes a los que solemos estar, no pudimos cuadrarlo. Hay que tener en cuenta también que no somos promotores al uso. El Fosbury es un festival horizontal, en el que los grupos se reparten íntegramente las taquillas y nosotros nos encargamos de la organización, la promo, las cenas, los alojamientos y el backline. Vamos, que no nos llevamos un duro, al revés… Si algún año vemos que no vamos a llegar para hacerlo con la dedicación y el cariño que merece, pues lo dejamos para el siguiente. Sin estreses”.

No hay duda de que, sin unas buenas dosis de realismo, resultaría muy complicado que el Fosbury Fest existiese y se postulase como referencia para valorar en su justa medida el meritorio empeño de los diversos agentes que se proponen construir y mantener un circuito de conciertos bajo techo ante la imparable fuerza de los festivales al aire libre. “Por dimensiones y filosofía, creo que el Fosbury reivindica a su manera los conciertos autogestionados en salas pequeñas y medianas, que es el circuito al que nosotros pertenecemos objetiva y emocionalmente. Pero no pretende ser nada más allá de una celebración entre amigos y amigas con grupos admirados”, reconoce con humildad Álvaro.
Esa ética se extrapola a Récords del Mundo, en cuyo seno nació el Fosbury Fest, que a su vez refuerza los movimientos del sello. “A esa filosofía la llamamos muy deportivamente, como corresponde, el plusmarquismo del amor al arte”. De una forma natural se retroalimentan los criterios de selección del cartel de cada capítulo del festival y los adoptados a la hora de decidir qué bandas o solistas cobijar en la discográfica externos a la esfera de Atención Tsunami, Paracaídas e Incendios. “Aparte de ser nuestro propio canal de salida al mundo -prosigue Álvaro–, RDM es también una plataforma de apoyo para grupos y artistas amigos y / o afines cuando necesitan un cable con la edición y / o la distribución. Acuden a nosotros y, si podemos ayudarles, lo hacemos. Es un honor contar con discos de Havalina, Autumn Comets u Owl C. en nuestro humilde pero muy pintón catálogo”.
Gracias a su triple labor de músicos, editores y promotores, Álvaro, Miguel, Aarón, Dave y Choco se encuentran en una posición privilegiada para analizar con una visión amplia y concienzuda cómo se desarrolla el ecosistema más y menos underground de Madrid, que Álvaro resume con detalle: “Ya vamos teniendo una edad provecta y, por lo tanto, probablemente no tengamos el radar tan afinado como con veinte años, pero nuestra sensación es que es difícil que en una ciudad como Madrid no estén pasando siempre cosas interesantes. A todas horas hay mentes inquietas, talento y energía buscando desesperadamente cómo expresarse y canalizarse. Junto a los supervivientes de nuestra quinta, vemos cantidad de grupazos muy jóvenes renovando los géneros clásicos (punk, post-punk, no-wave, hardcore, pop…). Y luego están la explosión de fenómenos como el de Carolina Durante o el de nuestros queridos Rufus T. Firefly; la explosión de las músicas urbanas y la renovación del lenguaje que están suponiendo; o la muy necesaria explosión de grupos femeninos llamados a acabar con la absurda falocracia que imperaba en el rocanrol. Está la cosa muy efervescente, ¿no? ¿Cómo se conjugaría eso? ‘¡Madrid efervesce!’ Veo ahí recopilatorio legendario a huevo. Lo que no sé si saldríamos nosotros…”.

Confeccionar esa compilación madrileña sería una magnífica idea. Y también que la publicara Récords del Mundo, sin ir más lejos. Sencillamente, con el propósito de ofrecer una panorámica de lo que se cuece en los márgenes del Madrid musical, donde (en teoría) no existe el término ‘negocio’. Por eso Álvaro considera que el modo en que Récords del Mundo y el Fosbury Fest sobreviven tampoco encaja en esa categoría: “Creo que estamos completamente ‘out’ de esa liga llamada ‘negocio musical’. ¡El showbiz! Nos pilla lejos. Aunque nos tomamos muy en serio la parte artística y creativa, para nosotros la música y todo lo que la rodea es una pasión y un hobby. Caro, pero hobby. Con mucha suerte, cubrimos gastos”.
Precisamente, no verse dentro del engranaje de esa (muchas veces voraz) maquinaria les permite tener la libertad necesaria para lanzarse a la aventura sin paracaídas (nunca mejor dicho). De ahí que estos chicos deban compaginar su intensa actividad “haciendo un poco de malabares, rascando horas al sueño, repartiéndonos tareas y, sobre todo, secuenciando los proyectos. Ahora estamos a tope girando “Vltra”, el último disco de Atención Tsunami, y tenemos en barbecho Incendios y Paracaídas. Pero esas células latentes pueden despertar en cualquier momento…”.
Hagamos balance para volver a tener claro los frentes en los que batallan Álvaro, Miguel, Aarón, Dave y Choco: Atención Tsunami, Paracaídas, Incendios, Récords del Mundo y el asunto que ahora nos y les ocupa, Fosbury Fest. Existen pocos ejemplos en nuestro país equiparables a esta verdadera militancia independiente, aunque Álvaro esquiva esa condición: “No sé yo si podemos considerarnos ejemplo de nada. Supongo que por trayectoria, compromiso, alcance, redes, etc. esa verdadera militancia se corresponde más con lo que hace la gente de La Faena y otros colectivos DIY locales, cuya labor incansable admiramos y disfrutamos como público. Nuestro caso es más modesto, más aislado y, a su manera, más outsider en el sentido de que no pertenecemos a ninguna red ni a ninguna escena en particular, como puedan ser la del hardcore, la del punk, la del metal o incluso la del garage. Dicho lo cual, creo que siempre hemos tratado de hacer las cosas a nuestra manera, con humildad pero con constancia, pasión y principios. Y seguimos haciéndolo quince años después de empezar, ¡que tampoco está nada mal!”.
Sea como sea, la osadía y el tesón de estos chicos confirman que la auténtica independencia se demuestra con hechos, no pregonando palabras huecas. Y el Fosbury Fest es un caso paradigmático. [Más información en el evento de Facebook de Fosbury Fest 4]
