10. “Algo Alrededor de tu Cuello”, Chimamanda Ngozi Adichie (Mondadori). Como este es un conjunto de cuentos tan equilibrado, es difícil escoger alguno que destaque encima de los demás. Hay un par que sobresalen por su emotividad, ya que están protagonizados por dos personajes muy alejados culturalmente pero que acaban comprendiéndose mutuamente. Quizás el más destacado sea “Jumping Monkey Hill”, sobre un taller literario para jóvenes autores africanos que organiza un académico blanco en Sudáfrica, porque es una reflexión metaficcional sobre la literatura africana (sobre sus problemas, sus limitaciones, sus tópicos) y, a la vez, una reflexión sobre cómo las mujeres africanas son convertidas en objetos sexuales y se ven limitadas en sus opciones frente a los hombres. Pero todo esto sin que Chimamanda Ngozi Adichie caiga nunca en el didactismo ni olvide que está escribiendo literatura y no moralizando. (leer más)
.
9. “Cuentos Carnívoros”, Bernard Quiriny (Acantilado). Nos encontramos ante un recopilatorio de relatos que cuentan sucesos de lo más insólitos e inesperados. Desde la narración de una amante que tenía más de cítrico que de mujer hasta la imagen de un grupo de personas que sienten auténtica devoción por la belleza que ven en el crudo derramado en el mar y las playas. Así, se nos ofrece un abanico de personajes y situaciones que poco tienen de realistas y mucho de entretenidas. Bernard Quiriny fractura la realidad de una manera sumamente interesante, liberando grandes cantidades de imaginación y fantasía. Un título que promete para un libro que no decepciona.
.
8. “Suites Imperiales”, Bret Easton Ellis (Mondadori). Easton Ellis hace gala de una capacidad innata para el monólogo interior cristalino y perturbador a la hora de poner sobre la mesa una trama conspiranóica en la que nada es lo que parece porque, al fin y al cabo, lo más seguro es que nada de lo que todos los personajes creen que esté pasando realmente esté pasando. Absolutamente todos los personajes siguen alejados y desconectados del resto de seres humanos, atrapados en su propia red de conspiraciones sociales y emocionales, por mucho que lo que en la juventud era hastío ahora se ha convertido en una asocialidad paranoide. Así, por la vía de la irreverencia y un tomateo elegantísimo que se pasa por el forro los parámetros que todos queremos leer (es imposible no pensar en las propias vivencias del autor cuando habla de Hollywood), Bret Easton Ellis consigue con “Suites Imperiales” lo que debería perseguir cualquier autor que pretenda defender su vigencia después de tantos años en el panorama literario: demostrar que es capaz de hacer lo mismo pero de forma totalmente diferente y fresca. (leer más)
.
7. “Mal Trago”, Tennessee Williams (Errata Naturae). La lectura de “Mal Trago” se consume, a día de hoy, como un exquisito licor de hierbas que entra rapidito, quema al principio y sabe a gloria pasados unos segundos. Ahí radica la verdadera modernidad: en no pasar nunca de moda. Y si algo tiene la obra de Tennessee Williams es que, pese a hablar de un mundo que se extinguió hace cincuenta años, sigue siendo igual de vigente en su retrato de almas heridas por una sociedad que no comprende ni quiere comprender. Sí, aquí estamos hablando de homosexualidad, pero también de mujeres con una sexualidad expansiva y miedo al compromiso, de hombres con la egolatría exacerbada y de personajes con secretos que queman como brasas que nunca se apagan. Después de Williams llegaría una generación empeñada en normalizar muchos de estos temas por la vía de la fealdad y el exhibicionismo. Pero, si alguien me pregunta, yo me quedo con la prosa de Tennessee Williams, que bien podría ser el canto del cisne de una sensibilidad literaria que alcanzó su cúspide con Gide y E.M. Forster.
.
6. “Dublinesca”, Enrique Vila-Matas (Seix Barral). Volviendo al principio, y escapando a la presión de contextualizar lo nuevo de un autor tan consagrado para unos y para otros no, “Dublinesca” está en el lugar que se merece: en el de los libros bien construidos. Que Vila-Matas escoja material para la ficción de su día a día no es ni loable ni criticable; sencillamente es absurdo comentarlo. Y aquí entono un mea culpa por haber hecho de esta idea el centro de una reseña, porque el centro de una crítica siempre es el libro, y no el autor. “La resta, faramalla” (el resto, fanfarronadas), que dijo un crítico. Así que disculpas, pero es que se trata de la idea que se me ocurre para defender la buena literatura que se defiende por sí misma, necesaria siempre. (leer más)