Existen personas que, al ofrecernos una parte de su producción, esa que cuecen en sus cabezas ya sea desde la realidad o la ficción, marcan un antes y un después en lo que a nuestra experiencia personal se refiere, obligando a nuestra ingenuidad a dar un paso sin retorno hacia lo que antes era desconocido o prácticamente inconcebible. En ocasiones, es de agradecer que alguien nos saque de nuestra ignorancia y nos descubra lo que hay más allá de nuestras narices; pero en otros casos bien nos gustaría habernos quedado en la oscuridad del desconocimiento sin exponer ni nuestra moral ni nuestra sensibilidad. Personas sensibles (como es mi caso) habrán experimentado ese vértigo con películas como «Fargo» o los «Perros de Paja» de Peckinpah y se habrán estremecido si han visto recientemente «Winter’s Bone» de Debra Granik o si han terminado de leer la última novela que escribió Robert Stone, publicada ahora en España por Libros del Silencio.
«Dog Soldiers» arranca en lo más profundo de Vietnam: ese mundo fascinante que ya plasmaron en el cine grandes directores como Coppola, Stanley Kubrick, Oliver Stone o Michael Cimino. Converse, el primero de los protagonistas, un periodista mediocre y de carácter pusilánime y anodino, decide embarcarse a Vietnam en busca de algo diferente sobre lo que escribir y desvincularse así del periódico ficticio-sensacionalista local Nightbeat, para el que trabaja y que además es propiedad de su suegro. Una vez allí, la historia pega un giro inesperado y se sumerge en el universo paralelo de los opiáceos en el que Converse, fascinado por la supremacía en el negocio de la bella Charmian, decide hacerse con 3 kilos de jaco que pagará con el dinero que le dieron al vender una obra de teatro que escribió hace tiempo, cantidad de dinero que espera cuanto menos duplicar al pasarla y colocarla en los Estados Unidos. Para ello, contará con la colaboración de Hicks (ex marine y porteador de la droga desde Vietnam que lee a Nietzsche y al que el mismo protagonista denomina como psicópata) y con la de su mujer Marge, madre de una niña enganchada a los fármacos con especial predilección por el Dilaudid (como Michael Jackson). Semejante trama, en manos de estos traficantes diletantes no puede más que convertirse en una gigantesca bola de nieve cuando Hicks y Marge eluden a los receptores de la droga y escapan con ella, lanzándose en un frenético viaje al más puro estilo road movie mientras se inician en el uso de la cuchara y la jeringuilla. Converse, que cae en manos del capo, tendrá que colaborar con los matones para alcanzarlos, hacerse con la mercancía y salvar así el pellejo.
Inabarcable en el espacio y en el tiempo, «Dog Soldiers» es una novela con tantos escenarios posibles que es poco probable que el lector no se diluya en perfecto matrimonio con la trama. Los protagonistas, para nada arquetípicos, darán un giro drástico a sus vidas persiguiendo el único objetivo de hacerse con los 3 kilos de heroína, sin darse cuenta de que acabarán sucumbiendo ante su propia miseria en un centrifugado salvaje. La de esta novela es una historia en la que, en realidad, los reparos morales nunca existieron y en su lugar queda un vacío sobre el cual se salta una y otra vez en forma de curso acelerado de indiferencia y autodestrucción. Robert Stone hace un uso magistral del lenguaje en los pasajes alucinatorios y plantea una historia que abofetea al lector sin ningún tipo de escrúpulo pero que le deja con una sensación de irremediable confort cuando se lee desde la distancia. Es, en definitiva, una pieza fundamental que no puede faltar en ninguna biblioteca si ya se ha nutrido antes de otros volúmenes del realismo sucio o de la Generación Beat. Únicamente decir que, tras la lectura, estoy deseando ver la peli de 1978: «Who’ll Stop The Rain» (que aquí se tradujo como «Nieve Que Quema«).
[Lourdes Muñiz]