El libro póstumo de Gregor von Rezzori, «Caín: El Último Manuscrito», es una denuncia al mismo tiempo tanto de la guerra como de la censura.
El lenguaje es una pieza clave para comprender nuestro mundo. La experiencia de la vida sólo puede ser expresada a través de las palabras, una vieja idea filosófica que autores como Thomas Mann o Marcel Proust desarrollaron a principios del siglo XX en sus escritos. Mientras que Mann idealiza la experiencia humana, Proust busca la verdad a través de sus visiones oníricas. A su vez, el memorialista, guionista, crítico de arte y periodista Gregor von Rezzori (1914 – 1998) lleva a su extremo este desdibujamiento de la distinción entre realidad y ficción en novelas / pesadillas que diseccionan la Europa de posguerra, la desnazificación de Alemania y el milagro económico.
La originalidad del autor de «La Muerte de mi Hermano Abel» se basa en dos elementos opuestos: el vocabulario a menudo coloquial, tosco y descuidado (de credenciales populares) amplificado por la ausencia de frases largas y aristocráticas, de corte proustiano. Sin embargo, el lenguaje directo de obras como «Edipo en Stalingrado» se une al desdén modernista por la exposición clara, destinada a epatar al lector burgués: “El pueblo alemán no fue abducido por un grupo de alimañas conjuradas (…). Fue más bien el alemán pequeñoburgués, con su archiconocida sensibilidad musical, el que se compuso su propia música marcial a partir de los sonidos de flauta más sublimes, seductores y envenenados”.
Denuncia al mismo tiempo de la guerra y la censura, las visiones nihilistas de «Caín: El Último Manuscrito» (libro póstumo editado originalmente en 2001 y publicado ahora en nuestro país por Sexto Piso) suponen la etapa final de un estilo: la tendencia a lo telegráfico, la dependencia casi completa de las elipses y los signos de admiración. Gran parte de su atractivo radica en el tono y la musicalidad de su lenguaje, esa mezcla de registros que el cubano José Aníbal Campos (La Habana, 1965), su traductor al castellano, consigue trasladar a la perfección.
Von Rezzori eleva el sarcasmo a la categoría de arte, mientras pretende “liberar el ruido que devenga música de acompañamiento para esta realidad irreal”. Entre los muchos hilos narrativos, nos ofrece la perspectiva airada de literatos aristócratas como Arístides Subicz o Schwab, que se niegan a aceptar la desaparición de su mundo cultural y físico: “¿Es para eso para lo que hemos sido elegidos los que escribimos? ¡¿Para no decir la verdad jamás?! ¡¿Tejiendo siempre el velo de Maya, el cual, cuanto más espeso, hará tanto más viva la manera en que describimos los horrores (…)?!”. Si Abel suponía la nostalgia por la pérdida del familiar, si no idealizado, orden, Caín privilegia el caos, el lirismo oscuro, el ingenio y el cinismo, “todo mi odio, ese odio hacia todo lo que, como una maldición, pesaba sobre este país, sobre este pueblo”.
Obras como «Memorias de un Antisemita» o la autobiográfica «Flores en la Nieve» son crónicas de la desaparición de un mundo políglota, artefactos que denuncian el desarraigo geográfico, cultural y emocional. A pesar de (o tal vez por) haber nacido en Bucovina, una región en el centro de Europa pertenecía al Imperio austrohúngaro, von Rezzori fue testigo involuntario del derrumbe del imperio con el estallido de la Primera Guerra Mundial y las convulsiones de la historia que reconfiguraron la faz del continente, hasta convertirlo en “fluctuación de las tensiones entre la justicia y la injusticia, entre la indignación moral y la hipocresía, entre el horror paralizador ante lo inconcebible de los crímenes perpetrados y la mezquindad del lenguaje jurídico”.
«Caín» es la protesta contra la guerra y la irracionalidad de la política a cargo de un apátrida; un volumen de reminiscencias lingüísticas que se caracteriza por la sinceridad ilimitada de actitudes que el autor conoció en primera persona, escritas en “el libro que no sólo podría explicarte quién soy, sino que también te esclarecería -a fin de esclarecérmelo a mí mismo- lo que fue el azogado espíritu de la época en la que nací y crecí”. En la obra, el autor se disecciona a sí mismo, se autocritica con una memoria sin adornos, necesariamente antipática. «Caín: El Último Manuscrito» revela el trágico alcance de la historia occidental a través de dos guerras mundiales. Al retar al lenguaje, es además pionera de una nueva narrativa, una que emplea un lenguaje cáustico, que abandona la estructura realista en brazos del estilo coloquial, de manera implacable, para fomentar la diatriba, si es delirante; la lírica, si es rabiosa. [José de María Romero Barea] [Más información en la web de Sexto Piso]