En primer lugar, un breve resumen de la historia de Benjamin Clementine, un cantante que parece salido de la nada y que, a la vez, promete ser una de las apuestas más firmes de la presente temporada. A grandes rasgos: crece en Londres, se va a París a hacer fortuna como músico y, después de tocar por todos los lugares que os podáis imaginar, es descubierto por agentes y managers que quieren que publique con ellos su primer EP. Un buen 22 de octubre de 2013 acude al prestigioso programa «Later… With Jools Holland«, y entonces ocurre esto:
Es evidente que una intervención de este calibre genera un gran revuelo: dicen que hasta el mismísimo Paul McCartney se quedó prendado de Clementine. Muchas publicaciones lo anuncian como una gran promesa. Telonea a Woodkid o Stromae, toca en eventos tan relevantes como el Montreux Festival y un día lo confirman para el VIDA 2015, gracias al cual (debemos reconocerlo y valorarlo) descubrimos a este artista por aquí. El día 12 de enero de 2015 publica su álbum de debut, “At Least For Now” (Behind, 2015). Ha llegado el momento de averiguar si cumple con las expectativas que, paso a paso, ha generado.
Después de escucharlo, podemos decirlo alto y claro: sí y rotundamente sí. “At Least For Now” no solo confirma al inglés como un cantante de primer orden, de esos que aparecen muy de vez en cuando, sino que además muestra su impresionante capacidad para crear composiciones de corte clásico, en las que caben muchísimas referencias: desde la música de cámara de Antony & The Johnsons hasta la pasión de Nina Simone, pasando por la épica controlada de un primerizo Patrick Wolf o el lirismo de Benjamin Biolay. Sin embargo, deberíamos dejar de etiquetarle como “El nuevo Antony” o “El relevo de Nina”. Porque Clementine tiene su propia personalidad. Vaya si la tiene.
Pongamos, por ejemplo, el primer tema del álbum, “Winston Churchill’s Boy”. Lo fácil sería decir que tiene aires simonianos, pero cuando llega al clímax de la canción da un quiebro imposible que la sitúa en otra tesitura, más cercana a un moderno rhythm’n’blues. En esta canción, Benjamin ya nos muestra su amplio registro vocal, los matices que puede adquirir su voz y una forma de interpretar que va más allá de lo que entendemos por “cantar”. “Then I Heard a Bachelor’s Cry” crece minuciosamente hasta ponernos la piel de gallina con un falsete fuera de lo común. “London” tiene un ritmo endiablado que vuelve a demostrar la capacidad de Clementine por adaptarse a cualquier estilo, mientras que en la mitad de la contagiosa “Adios” se inventa una aria como quien no quiere la cosa.
Y es que una de las sorpresas más agradables de este debut (no lo olvidemos: debut) es su valentía por no dejarse llevar por modas ni estilos, tratando con mimo cada una de las composiciones, cada nota, cada arreglo de cuerda, cada tecla de su inseparable piano. Y eso, en la generación del iPod y del fastfood musical, es muy de agradecer. Sólo es necesario escuchar “Nemesis” para entender lo que estoy tratando de explicar.
El tramo final del disco es espectacular. Puedes intentar no emocionarte con “The People and I” pero, créeme, no lo conseguirás. Puedes convencerte de que “Condolence” no es de lo mejor que has escuchado en años, pero te estarás engañando. Puedes querer cortarte las venas con “Cornerstore”, pero mejor no lo pruebes. ¿Y qué decir de “Gone”? Ni se me ocurre.
Por último, solo cabe esperar que ningún publicista ni director de cine tropiece con la música de Benjamin Clementine. Tiene un peligroso potencial de sobrexposición, y sería una lástima que sonara en anuncios de perfumes (o loterías) o películas melodramáticas. Así que recuerda: que quede entre nosotros.