Aquí llega la nueva censura, esa que aplican Facebook y las redes sociales de forma automática y robótica.. Una censura que supone el final de la ironía.
Últimamente, en Fantastic Mag nos han ocurrido tres cosas que, sinceramente, empiezan a preocuparnos. Aunque, antes de abordarlas, voy a dejar claro algo que a mi me parece extremadamente básico pero que a lo mejor a día de hoy todavía resulta desconocido para ciertas personas: la cantidad de lectores que llegan a un medio desde redes sociales es cada vez mayor. Palabrita. Se acabó la hegemonía de Google. Ya nadie recuerda que existen las newsletters. Uy, ¿qué es este botón de mi navegador en el que pone “favoritos”? Para que os hagáis una idea, acabo de chequear Google Analytics y me chiva que, en el último mes, el 42% de los lectores de Fantastic han llegado hasta nosotros a través de alguna red social. Ahí es nada.
Dicho esto, cualquiera podría pensar que la relación entre medios de comunicación y redes sociales es pura simbiosis. Que ambos se necesitan. Que los medios sin las redes no tiene visibilidad y que las redes sin medios no tienen contenido… Pero no. Una simbiosis implica un beneficio mutuo para el desarrollo común. Algo equitativo. Y, sin embargo, algo falla en la relación entre medios de comunicación y redes sociales tal y como ejemplifican los tres problemillas mencionados más arriba.
Los dos primeros tienen en común haber surgido en el momento en el que desde nuestra web decidimos invertir cierto presupuesto en la difusión pagada de un post concreto a través de Facebook… pero la promoción fue abortada antes de nacer. En un caso se nos indicó que la cantidad de texto que se incluía en la imagen de cabecera del post superaba los porcentajes permitidos por la red social. En el caso concreto de la difusión de nuestro podcast “A Pelo” se nos hizo saber que Facebook no permite la promoción de contenido pornográfico. ¿Cómo se te queda el cuerpo?
Y tú que piensas: bueno, a ver, esto lo hacen para que no llegue el típico desalmado, ponga un pastizal en la promoción de porno (o algo mucho peor) y acabe perturbando a críos o a gente que preferiría no recibir este tipo de cosas. Pero entonces llega el tercer caso, en el que no invertimos nada de dinero en la difusión de un post (nuestro habituales temazos de la semana) y, de repente, nos damos cuenta de que, un día después, ese post solo ha sido difundido por Facebook a un total de 16 personas. 16. Jodidas. Personas. Entonces caemos en que la foto de portada de ese post (podéis verla aquí) muestra a dos personas desnudas abrazadas. No se ve nada extraño, ni pezones ni nada de nada. Pero queda claro lo que están haciendo. Y parece que a Facebook no le gusta demasiado lo que ve.
Permitidme aquí otras dos aclaraciones. Primero de todo, 16 personas es un 0,1% del total de los seguidores que tenemos en la página de Facebook de Fantastic Mag. La última vez que me informé sobre el algoritmo que calcula el mínimo de fans de una página a los que se distribuye un contenido de forma orgánica (es decir, sin pagar) estaba en torno a un mísero 2%. Incluso así, 16 personas de más de 8000 es, directamente, una vergüenza. Y lo que es peor (y aquí viene la segunda aclaración), sin posibilidad de réplica ni de diálogo con un Facebook totalmente impune que, en un caso como este, ni te notifica su decisión de censurar tu contenido.
Porque aquí llegamos al corazón de la cuestión: esto es censura. Tal cual. Una censura unilateral y muy poco simbiótica, puesto que pone a una de las dos partes en una posición de poder bastante totalitaria. Vaya por delante que estoy totalmente a favor de un mínimo de censura, pero el hecho de que Facebook aplique esta censura de forma automática y robótica me parece inadmisible. Porque, al final, no todo es lo que parece. De hecho, nunca nada es lo que parece.
En los casos ejemplificados unos párrafos más arriba, resulta que el título de nuestro podcast, “A Pelo“, hace un uso irónico de la expresión para dejar claro que no editamos lo grabado y que lo publicamos “a pelo”. Pero, mira, oye, ve tú y explícale eso a una máquina que es la que ha decidido que no te promociona porque eres pornografía pura y dura. O explícale que el texto gigantesco de imagen de tu post no es ni publicidad ni un insulto ni nada parecido. O intenta hacerle entrar en razón para que entienda que dos cuerpos desnudos abrazados pueden ser bellos y no una guarrada.
Que conste que me centro en Facebook porque es el ejemplo que me queda más cerca, pero todos sabemos que Instagram calza del mismo pie y, de hecho, numerosos son a mi alrededor los casos de medios que han sido capados por Google al malentender alguno de sus contenidos. Todas estas redes, que son las redes en las que nos movemos a día de hoy con más soltura que en el mundo real, tienen algo en común: son la nueva censura. Y son una nueva censura aplicada de tal forma que no permite la existencia de la ironía o de cualquier otro tipo de sentido oculto. Al parecer, las máquinas no son capaces de entender lo que nosotros sí que entendemos y que ya he dicho más arriba: que las cosas nunca son lo que parecen. Y lo jodido es que no hay forma de hacérselo entender porque, joder, tía, Facebook y Google ya son lucrativos sin necesidad de que vengas a joderme con tus contenidos de doble sentido.
Está claro que la cantidad de posts que se mueven en estas redes sociales a día de hoy es incalculable y que tener a un conjunto de personas humanas chequeando ese mismo contenido en tu red social es algo inviable económicamente hablando (además de más cansino que poner tuercas en una cadena de montaje)… Pero, oye, a lo mejor ese es el trabajo del futuro, el único que nos quedará cuando las máquinas acaparen todos los curros de fuerza. Dejadme soñar con una Inquisición que, en vez de dedicarse a censurar pollas, se dedique a dar salida a esos casos en los que una polla no es una polla, sino algo más. Porque, si no acaba por existir esa Inquisición y seguimos confiando en que las redes sociales “filtren” los contenidos (y pidan pasta para difundirlos), ya os podéis imaginar cómo serán los contenidos del futuro.