Tres años nos ha hecho esperar Linda Mirada para poder escuchar material nuevo. Iba siendo hora porque, aunque maravilloso, «China Es Otra Cultura» (Nuevos Medios, 2009) empezaba a necesitar urgentemente una continuación. Tres años son demasiado tiempo sin saber nada de ella (a excepción del maxi de remezclas «Fabuloso San José» (La Cooperativa/Discoteca Océano, 2011) editado el año pasado. De forma similar a un ligue de verano, llegó a nuestras vidas como una brillante tarde de julio, cuando el sol calienta pero no quema y la brisa en las calles acaricia nuestros brazos desnudos erizándonos ligeramente el vello. Llegó, como decía, como un día de julio… pero con una canción que celebraba un día de febrero: «San Valentín». Una curiosa paradoja que, los que la conocemos y la queremos, sabemos que va a ser un continuum en su carrera. Las canciones de Linda Mirada eran así: soleadas pero ausentes, cálidas y misteriosas. Con su primer disco, su inabarcable gusto musical que nunca tiene reparos en detallar y sus preciosas canciones consiguió confirmarse como una de las artistas más deliciosas de nuestro país. Caray, y no andamos muy sobrados de este tipo de cosas por aquí.
El ligue llegó, vio y venció. Caímos rendidos a sus pies, nos desarmó por completo y nos dejó amándola con locura, escuchando su peculiar voz, con ese encantador deje, y desentreñando aquellas letras que hablaban de vivir y no morir en el intento. Pero Ana (ya no Linda) volvió a su vida. Y desapareció de la nuestra. Hasta ahora. De nuevo hemos tenido la suerte de cruzar una mirada con ella en el chiringuito playero. Por suerte es pronto, todavía no es verano y el chiringo no está lleno de musculocas y y garrulos tatuados. Fue hace unas semanas que supimos que había vuelto al pueblo y la vimos de refilón, discreta y comedida, mientras se presentaba con «Secundario», el primer avance de «Con Mi Tiempo y El Progreso» (Autoeditado, 2012). Escuchamos esta preciosa canción, certificamos que era la chica de la que nos enamoramos y volvimos a caer rendidos ante sus encantos en cuanto nos susurró al oído que nos habíamos convertido en un chiste malo.
Pero Ana ha vuelto cambiada. Su belleza sigue intacta, su simpatía también, pero su música ha crecido. Cuando la vimos por primera vez, era poco más que una adolescente musical a la que le gustaba jugar con la música de los 80, que pedía canciones de Radio Futura en las discos, que se arrullaba al lado de Bart Davenport para que éste le metiera mano (a las canciones) y que intentaba plasmar muchas cosas en poco espacio. Ahora, con el tiempo y su progreso, Ana regresa con un disco más maduro, más oscuro, más centrado y más sexy. Ya no le gusta corretear a la orilla de la playa y dejarse mojar los pies ingenuamente; su gesto es más serio y sereno, y pasa las tardes sentada observando la puesta de sol o la visita de noche y con resaca, que ya se sabe que por la noche se hace mejor. Ya no es una niña, y ese puntillo naïve de sus primeras canciones ahora ha sido sustituido por una pulsión sensual que agranda mucho más el proyecto. Ella misma nos lo cuenta en «La Playa», donde un poderoso bajo tontea con los sintes y se adorna con su susurrante voz que reconoce que «Todos los veranos me descubro hablando con extraños con la excusa de ver el mar amanecer«… Incluso Linda Mirada sufre de amor y ligues veraniegos. Pero saberlo no consuela, sino que nos hace más daño. Con «Dinamo» certifica esa necesidad de oscurecer la paleta musical, homenajea a las BSOs de Jan Hammer (ya iba siendo hora de que alguien las reivindicara y las sacara del reducto de música para frikis de los 80) y nos entrega su canción más apocalíptica hasta el momento. No parece que sea de la misma persona que firmó «Ya Nadie Camina En Los Ángeles»… Por eso es conveniente prestarle atención de vez en cuando a «Mientras La Música No Pare», «Aire» o «Lío en Rio», que nos traen a la Linda Mirada juguetona y frívola de sus primera canciones. Bart Davenport vuelve a seguirle el rollo con una producción limpísima y certera, que suena a Modern Romance, a Mecano, a La Mode y a Radio Futura, a Bananarama e incluso a Moroder. Ana sigue teniendo claras sus referencias pero su sonido cada vez se acerca a ser algo enteramente único y personal: ella es única y diferente, y con este disco de nuevo nos retrotrae a aquellos meses de calor y a aquellas tardes que parecían que no se iban a acabar nunca.
Acabará el verano y Linda Mirada se volverá a marchar. Volveremos al chiringuito todas las noches hasta que lo cierren y nos daremos cuenta de que la habremos perdido otra vez. Y, como no aceptaremos que haya vuelto a salir de nuestras vidas, nos pondremos cada mañana «Con Mi Tiempo y El Progreso» para que su fantasma permanezca vivo a nuestro lado y nos siga recordando que «amar es lo primero, lo demás es secundario«.
[Estela Cebrián]