No sería de recibo culpar a Vashti Bunyan de emocionarse con su tardía celebridad. El tiempo hizo justicia a su música de la misma manera que hizo justicia a Nick Drake, ese gran desdeñado en el pasado. Por desgracia, el pobre Nick nunca tuvo la oportunidad de tomarse la revancha con la historia.
Y así es como llegamos al nuevo milenio y al lanzamiento de la esperada secuela, tres décadas de retraso. “Lookaftering” (DiCristina / Fat Cat, 2005) es producido por el gran Max Richter, y fervientes admiradores como Devendra Banhart y Joanna Newsom ponen su granito de arena. El estilo de Bunyan, sin embargo, no podría ser más diferente del de Newsom. Mientras esta es barroca y pomposa, aquella casi parece pedir perdón por llegar a nuestros oídos. En “Heartleap” (Fat Cat, 2014), su tercer trabajo en 44 años, la voz de Vashti sigue a punto de romperse, pero su música es aún más frágil, más intimista, más tímida si cabe. En la época del estruendo y la sobrecarga sonora, su folk de enciendelasvelasqueyallueve suena extrañamente alien, reconfortante e incómodo a la vez.
Podemos buscar comparaciones con otros ejemplos del dream-folk de habitación cerrada a cal y canto como Grouper, Benoit Pioulard y, por supuesto, con los anteriormente citados Newsome y Banhart. Pero estos en comparación suenan, aunque parezca mentira, demasiado… modernos. Demasiado actuales, pese al oxímoron que supone emparejar los conceptos “actual” y “folk”. Las canciones de Vashti Bunyan parecen pequeños mundos fosilizados en ámbar, miniaturas criogenizadas. En este sentido, al contrario que muchos de los nombres de nuestra generación, sus canciones encarnan el verdadero significado de “folk”. Lejos de caer en el revival nostálgico, Bunyan hace la música que hubiera hecho cuando era joven, si su frágil carácter no hubiera sucumbido a la indiferencia de sus coetáneos.
Como recobrando fuerzas y confianza en su talento, “Heartleap” pasa de colaboradores y es producido enteramente por ella misma. Ha dicho que es el último disco de su carrera y ha querido encargarse de todo. Esta vez coge el toro por los cuernos, pero el resultado no refleja su presumible osadía: este es, si cabe, su trabajo más humilde. Su modestia duele. Igual que esa persona cabizbaja que pasa inadvertida en un lugar público, solo revela su verdadera belleza hasta que prestas atención. Hay que hacer a veces un esfuerzo para escapar de la dulce ensoñación y volver a la música, para darse cuenta de que aún sigue sonando. Sólo algunas canciones destacan ligeramente entre la tenue niebla: “Across The Water”, “Mother, “The Boy”, “Gunpowder”… Dependiendo del momento, un tema te llegará más que otro. Pero el tedio está a la vuelta de la esquina.
Y al final llega “Heartleap”, la preciosidad que termina y da nombre al disco; un disco que no es perfecto, pero que acaba siendo una emotiva forma de cerrar su carrera. Un minúsculo broche de oro. Tras décadas de olvido, Vashti Bunyan ya puede sonreír orgullosa. Cuando llegó nadie se dio cuenta, y ahora que tiene nuestra atención, se va como vino, de puntillas, con un suspiro, un tímido adiós. Adiós, Vashti, y gracias por tu música.