Spotify quiere rentabilizarse con herramientas como Marquee… Pero ¿es esto un intento de volver a peligrosos vicios de la industria musical pre-streaming?
Por llamativo que suene, Spotify sigue sin ser un negocio rentable. Al menos no hasta su verdadero potencial, teniendo en cuenta su magnitud. Por eso mismo, resulta comprensible que intente exprimir sus posibilidades un poco más a través de anuncios disfrazados de recomendaciones inofensivas. Sin embargo, siempre que ha hecho esto, ha sido lo más parecido a un elefante entrando en una cacharrería…
Imagino que muchos de los usuarios recordaréis la promoción que Drake hizo de su último disco “Scorpion“, masiva e invasiva hasta rozar el ridículo, que no solo derivó en críticas al artista y a la plataforma, sino que incluso empujó a algunos usuarios a reclamar el dinero de su suscripción de vuelta. Aunque esto último pueda sonar algo exagerado, si dejamos a un lado la anécdota y profundizamos un poco, bien es cierto que lo que mucha gente (entre la que me incluyo) valora de las plataformas de streaming es la facilidad, para quien la quiera, de descubrir música nueva de manera orgánica. Es decir: recibir recomendaciones que de verdad vayamos a disfrutar.
Hasta ahora, casos como el de Drake han ocurrido con cuentagotas (por lo menos de manera tan insultantemente obvia). Sin embargo, Spotify está cada vez recibiendo mayor presión de sus socios e inversores para intentar exprimir mucho más su capacidad de recibir dinero de anuncios. Por ello, desde finales de 2018, el servicio de streaming musical ha pujado por la utilización de Marquee, la primera de (se presupone) varias herramientas que podrían ayudar a esto mismo, a pesar de que esta haya empezado a tener mayor presencia un año después.
Marquee gestiona los pop-ups con los que Spotify te da la bienvenida invadiendo tu pantalla con un álbum reciente y un “Flamante nueva música para ti”. Pero, claro, ese “para ti”, con esta nueva herramienta, se convierte en algo relativo, ya que si, por ejemplo, resulta que has escuchado dos canciones de Bad Bunny en un mes y treinta horas de Pinegrove, será el mejor postor (obviamente, el artista puertorriqueño) el que aparezca a pantalla completa una vez abras la aplicación, sin importar el hecho de que quizá estés más interesado en recibir información sobre el otro artista. Por tanto… ¿Qué tiene eso de orgánico?
La realidad es que más bien poco. Y es una pena, puesto que Spotify compromete la ética (aún así bastante cuestionable) de esta nueva industria que ellos mismos ayudaron a resucitar. Y lo hace, por así decirlo, en mitad de dicha resurrección, puesto que los datos sobre los ingresos de la industria musical siguen subiendo cada año…
Pero esto no es solo un problema para la imagen de la industria, sino que también podría limitar su progreso. Por dejar de hablar en términos económicos, la realidad es que, si en algo ha crecido el mundo de la música en estos últimos años, es en el interés que genera en la gente, independientemente de su enfoque profesional o personal. La democratización (siempre un poco limitada, claro) es lo que tira del público, que de repente se encuentra con una oferta más amplia que nunca. Si ese público se da cuenta de que un gigante como Spotify está intentando oscurecer a ciertos artistas, quizá se piense dos veces si quiere seguir siendo parte del juego. No necesariamente por un factor puramente moral, sino también por el hecho de que quizá vea insatisfechas sus necesidades de recibir un influjo constante de música que se salga del mainstream.
Otra cuestión importante es que los artistas independientes hasta ahora han contado, en cualquier plataforma, con un algoritmo que, con un poco de esfuerzo, calidad y buena suerte, ya suponía un pequeño empujón. Aunque este fuera muy variable y tan pronto te podía dar la friolera de diez visitas extra al mes o mandarte al estrellato como a Gus Dapperton, Clairo o Boy Pablo.
Ahora mismo, corremos el peligro de que entrar en esta “lavadora” que es el sistema de playlists y recomendaciones de Spotify sea una especie de peaje. Un peaje que, según Rolling Stone, debería ser de un mínimo de 5.000 euros para que sirviera de algo… En fin, las consecuencias del uso generalizado de este tipo de herramientas son bastante impredecibles, más allá de lo obvio, que es que nos encontramos ante una nueva piedra en el camino ya de por sí difícil de los músicos independientes.
Pero bueno, por lo menos siempre podremos echarnos unas risas cuando veamos este tipo de cosas…
[TEXTO: Pablo García] [Más información en estos artículos de Bloomberg, Art of Manager y Rolling Stone]