Philip Pullmann regresa al mundo de “La Materia Oscura” en “La Bella Salvaje”, primer libro de una nueva trilogía que sigue agrandando la que ya debería ser tu saga literaria favorita.
Los niños son unos seres complejos y complicados, repletos de pliegues claroscuros que, por arte de magia, parecemos olvidar cuando llegamos a la edad adulta, empeñándonos en tratarlos como si lo único que fueran capaces de asimilar es una realidad a base de “Peppa Pig“. Por suerte para el porvenir de la humanidad, siempre hay quien se empeña en recordar esos pliegues claroscuros… E incluso en celebrarlos. Son personas que, a día de hoy, tienen que luchar contra el imperialismo de la cultura superficial que ya resulta estupidizante para los adultos, así que imagina para los más pequeños. Son caballeros andantes luchando contra los molinos de la cultura basura, de la lobotomía a base de time-lines repletos de un contenido infinito que en verdad es la infinita nada.
Son gente como Philip Pullman, escritor que puede vanagloriarse de haber creado una de las sagas literarias más subversivas de la actualidad y que no habría desentonado para nada como parte de los Inklings, aquel selecto club de escritores al que pertenecieron J.R.R. Tolkien y C.S. Lewis, entre otros. Los tres libros que componen “La Materia Oscura“, publicados entre los años 1995 y 2000, demostraron que las sagas literarias consagradas a eso que se ha dado en llamar “young adult” (o incluso “kiddult“) podían permitirse la extravaganza de seguir dándole cera a esa dulce tradición en la que la fantasía no es una vía de escape, sino una herramienta de denuncia.
Ni utopía ni distopia: lo de “La Materia Oscura” fue una de las primeras sagas en obligarnos a barajar el término “ucronía” al basarse en el principio de las múltiples realidades posibles. El mundo habitado por Lyra y el resto de personajes de aquellos libros era reconocible, las ciudades tenían el mismo nombre que en nuestro mundo y todo parecía funcionar siguiendo unas reglas similares… Pero existían ciertas variaciones que hacían pensar en una de esas realidades paralelas que se han torcido debido a una decisión crucial capaz de convertir la carretera hacia el futuro en una bifurcación entre dos caminos diferentes.
Y, sobre todo, en “La Materia Oscura” existía una mirada elocuente y compleja hacia los pliegues claroscuros de la infancia que otras sagas prefieren pasar por alto para concentrarse en la luz más disneyana. Parte de esa complejidad nacía en la que probablemente es la invención más magistral de Pullman: los daimonions, unos animalitos que acompañan a los personajes desde el nacimiento, que son capaces de cambiar de forma continuamente durante la infancia, que quedan fijados en una forma animal al llegar a la vida adulta y que no pueden separarse físicamente de las personas a las que están ligados (con riesgo incluso de causar la muerte tanto del daimonion como de su dueño) porque, al fin y al cabo, forman parte intrínseca de ellos. La metáfora no es compleja, pero eso no quita que también sea verdaderamente sublime.
Esta mirada elocuente y compleja vuelve a ser la protagonista absoluta de “La Bella Salvaje” el primer tomo de “El Libro de la Oscuridad“, una nueva trilogía ambientada en el mismo mundo de “La Materia Oscura“. Nos encontramos, eso sí, ante una precuela en toda regla, ya que “La Bella Salvaje” arranca ni más ni menos que diez años antes del inicio de “Luces del Norte“, lo que implica que aquí Lyra es un bebé (eternamente acompañado de su icónico daimonio Pantalaimón).
Aun así, Lyra sigue siendo la pieza central del engranaje de esta nueva trilogía: el motor, esta vez pasivo, que inyecta movimiento al resto de piezas a su alrededor. El protagonismo de “La Bella Salvaje“, sin embargo, recae en Malcolm, un chaval pelirrojo de 11 años que ayuda a sus padres a llevar el pub La Trucha en la localidad británica de Godstow mientras echa una mano a las hermanas de un convento cercano. La llegada de Lyra a ese convento pone la vida de Malcolm del revés: los rumores dicen que el bebé es el centro de unas profecías misteriosas que le convierte en objetivo de la Autoridad reinante.
Esta es, ni que decir tiene, la otra magistral aportación de Pullman a la literatura contemporánea: este mundo ucrónico en el que la Iglesia ha seguido ostentando el mismo poder que tuvo en siglos pasados, tendiendo así un manto de oscuridad casi medieval sobre la sociedad moderna. Las bibliotecas no son lugar público y el saber, literalmente, mata. Ya lo dice uno de los personajes al principio del libro: “Hubo épocas en las que era muy peligroso pensar lo que no se debía, o como mínimo hablar de ello”. Épocas que todavía resuenan en el presente de “La Bella Salvaje“, donde la Iglesia incluso crea un organismo de manipulación en el que usa a los propios niños como espías y delatores de cualquier infracción moral que presencien a su alrededor. Una Santa Inquisición en miniatura, más encarnizada todavía al moverse a base de impulsos puramente pueriles.
“El Libro de la Oscuridad“, como ya hizo “La Materia Oscura” en su momento, no se amedranta a la hora de mostrar que los niños no solo pueden vivir en mundos (muy) oscuros, sino que pueden ser a la vez alimento de y alimentados por esa misma oscuridad. Sigue impactando la crueldad implacable con la que Pullman trata a algunos de sus personajes, en este caso sobre todo al gran villano de la función, un tipo que es la encarnación absoluta de la bipolaridad más inquietante capaz de conjugar una apariencia agradable que incluso infunde confianza con un daimonion en forma de hiena que resulta inmediatamente desagradable. De nuevo, la metáfora de los daimonions desprendiendo una compleja elocuencia.
La Autoridad, los niños delatores, el villano psicópata y bipolar (del que se deja caer alegremente que también es un pedófilo)… Son el síntoma de un mundo regido por la Iglesia en el que no hay espacio para la cultura ni, sobre todo, para esa ciencia que intenta estudiar el que posteriormente será el protagonista de “La Materia Oscura“: El Polvo, los distintos mundos que habitan nuestro mundo como diferentes capas de una cebolla, los aletiómetros capaces de leer la realidad e incluso de cuestionarla… Todo un conjunto de misterios que acabarán explotando diez años más adelante en la trama pero que aquí juegan un papel determinante al ser la única luz capaz de acabar con la oscuridad de la Iglesia.
“Piense en lo que hay en juego. El derecho a hablar y pensar libremente, a investigar sobre cualquier tema posible e imaginable: todo eso quedaría destruido. Es algo por lo que merece la pena luchar, ¿no le parece?“. Este es el leit motif que mueve a los personajes de “La Bella Salvaje” y que les mete de cabeza en una aventura de verdaderos tintes bíblicos (una especie de diluvio universal habitado por sus propios misterios que bien podría ser una realidad paralela de nuestro cambio climático). Por el camino, resulta imposible no enamorarse de la pluma de Pullman, que viene a demostrar otro hecho de perogrullo: los niños ni son idiotas ni leen como idiotas, sino que son capaces de asimilar un estilo florido, de lenguaje rico y con descripciones que se expanden tanto a lo ancho como en lo profundo a la hora de describir mundos fascinantes destinados a perdurar en la memoria del lector.
Los niños son unos seres complejos y complicados, repletos de pliegues claroscuros… Y los adultos también. Pero, aun así, resulta sorprendente a la vez que sublime observar cómo Pullman es capaz de convertir “La Bella Salvaje” en un artefacto multicapa en el que tanto niños como adultos sean capaz de encontrar estímulos para su imaginación, pero también sombras que alimenten sus inquietudes. Porque ya no solo es cuestión de que los más pequeños aprendan que el happy ending no solo no es el punto y final más real, es que no es ni el punto final más deseable. [Más información en la web de la editorial Roca y en el Twitter de Philip Pullman]