Hubo un tiempo, a partir de mediados de los 90, en que la etiqueta techno (en su más amplio significado) iba asociada automáticamente a Alemania, heredera del trono que había ocupado hasta entonces la triada Detroit-Chicago-Nueva York. Daba igual que nos intentasen vender nombres imposibles de pronunciar porque estábamos seguros de que no nos iban a dar gato por liebre. Aunque luego, por suerte para nosotros, no hacía falta asistir a clases de alemán para hacer la lista de los productores / dj’s más destacados: Alexander Kowalski, Hell, Ben Klock o Sven Väth, por picar un poco de todo dentro de ese vasto estilo que abarca electro, minimal, house, etc. Al mismo tiempo, los que manejaban los sellos que acogían a esas figuras y a otras menos conocidas se convertían en una especie de semidioses que salvaguardaban la cornucopia musical que tenían entre sus manos. No es una exageración: todo melómano que se precie, ya sea seguidor o no del género, debe reconocer la importancia que jugaron y juegan Kompakt, Tresor, Gigolo o Basic Channel, convertidas a día de hoy en marcas de referencia.
Ese reinado fue próspero a lo largo de varios años. Pero, como todo cuento que se precie, para llegar al final feliz y comer la perdiz hay que superar varias dificultades. Y en esta historia al rey teutón le salieron algunos duros rivales. O más bien, buenos discípulos que asimilaron a su manera lo mejor de sus maestros. Así, los países nórdicos volvían a demostrar que, cuando se ponían manos, a la obra no había quien les parase. Si no, que se lo digan al finlandés Luomo o al danés Trentemöller, auténticos gurús del microhouse. Como lo fue también el chileno Ricardo Villalobos, príncipe de los ruidos diminutos. Y no podía faltar Gran Bretaña, con Four Tet y Swayzak a la cabeza. ¿La infalible Alemania estaba claudicando? No, simplemente necesitaba un cambio generacional.
A principios del siglo XXI el french touch triunfaba a nivel comercial y los mitos tecnócratas norteamericanos eran rescatados del olvido. En esas condiciones, la irrupción de Hendrik Weber, bajo el alias de Pantha Du Prince, dio lustre a la estancada escena germana (sólo se hablaba de la poco consistente y a veces denostada corriente electroclash), gracias a un 12” llamado “Nowhere” (Dial, 2002). Luego, la atención sobre su trabajo fue aumentando exponencialmente tras publicar su debut en largo, “Diamond Daze” (Dial, 2004), y su secuela “This Bliss” (Dial, 2007). Nadie dudaba de su techno de calidad confeccionado con elementos mínimos y pleno de belleza y de melodía, en unas ocasiones cercano a las estructuras pop y en otras al ambient. Sin embargo, le faltaba dar el gran salto, algo que no lograría sin el apoyo de una discográfica de mayor relevancia. De ahí que fichase (no sin sorpresa) por Rough Trade, conocida tradicionalmente por cobijar a grupos basados en las guitarras.
En el cambio, Weber no tuvo que renunciar a sus convicciones para dar forma a “Black Noise” (Rough Trade / PopStock!, 2010). Es más, incluso amplió sus miras hacia potenciales nuevos oyentes al contar con la colaboración de Noah Lennox (Panda Bear, Animal Collective) y Tyler Pope (!!!, Out Hud). El primero, aportando voz y letra en “Stick To My Side”, y el segundo encargándose del bajo en “The Splendour”, que hace honor a su título al ser una de las gemas más relucientes del álbum, aunque realmente no hay ningún corte que pierda brillantez. Eso sí, siempre bajo el patrón tan del gusto del alemán de comenzar en (casi) absoluto silencio (con él se relaciona el título del disco, ese «black noise» generosamente explicado en el libreto que lleva incluido) para, poco a poco, ir creando el escenario adecuado a base de extraños sonidos difíciles de clasificar hasta situarnos en atmósferas de ficción. A partir de ahí, la pieza crece siguiendo líneas más reconocibles, por momentos hasta bailables. Por esos derroteros caminan “Lay In A Shimmer”, “Abglanz” y “Bohemian Forest”, buenos ejemplos de IDM para pensar… y moverse, aunque sea en el salón de casa, como sucede también con “A Nomads Retreat” o “Behind The Stars”, temas de raíz detroitiana con bajos sinuosos y sintetizadores vibrantes. Para el tramo final quedan los pasajes de texturas más vaporosas, entre los que aparece un guiño al pasado: The Durutti Column, cuya “Hilary” sirve como base a “Es Schneit”, epílogo nebuloso de “Black Noise”.
En un alarde de futurología, imaginemos cómo será la música de club en el siglo XXII (si la humanidad sobrevive), cuando la incomunicación social galopante haga que todo el mundo se agite en la pista de baile en total silencio con sus propios auriculares. Lo que escuchasen no estaría muy lejos de este compendio de techno minimal deluxe. Con el permiso de Burial, claro está.