“15.11.18” es mucho más que el disco de ruptura de Marco Maril… Y por eso entrevistamos al artista anteriormente conocido como Apenino.
[Empecé a esbozar este texto durante un caluroso atardecer de mediados de julio, sentado a la orilla del mar, mientras escuchaba de nuevo el disco que motiva lo que se expone a continuación…]
El amor es una batalla perdida de antemano. Ya sea porque aparece de repente la muerte, por los muros invisibles de las circunstancias adversas o por el golpe de un desengaño insalvable, siempre llega a un final. Cualquiera que sea la causa, la cicatriz que queda recorre el cuerpo de arriba abajo. Se supone que, a medida que transcurre el tiempo, esa herida se va cerrando. Y lo hace, excepto la parte que va del corazón a la cabeza. Como si fuese un acto de masoquismo, los sentimientos se aferran a unos recuerdos que no desaparecen.
Quizá haya opción a encontrar cierta paz en medio de ese caos, aunque será imposible olvidar. Curiosamente, a pesar del dolor, se insiste en permanecer en una vida que se continúa viendo tan nítida como cuando era presente y futuro. Pero ya quedó atrás. El pasado se transforma de ese modo en una historia que nos contamos a nosotros mismos o que recreamos dialogando con la otra persona en la mente una y otra vez imaginando que se evita el traumático desenlace.
¿Cómo pudo pasar? Esta pregunta se hace Marco Maril en “15.11.18” (Jabalina, 2021), una de las claves expresadas entre interrogaciones sobre las que pivota el último trabajo del músico de Santiago de Compostela afincado en Vigo, que ha dejado a un lado su alias Apenino para quitarse los ropajes electrónicos, desnudar su música y abrirse en canal después de que su mundo se desmoronara. Aunque, en este ejercicio intimista, Marco no se regodea en el drama ni ajusta cuentas. Solo expía emociones para que, quien quiera atraparlas y hacerlas suyas, encuentre finalmente la luz. Este es el gran propósito de Marco con “15.11.18”.
Esa travesía puede durar meses, un año o más… Hay que cruzar lugares arrasados que antes lucían brillantes, repetir rutinas que carecen de sentido o sonreír sin que exista ninguna razón para ello. Al fondo se yergue firme la soledad, testigo de la desgracia que se empeña en inundar el camino de lágrimas. Y, junto a ella, asoma el miedo, que provoca que no se recojan los restos del naufragio para recomponerlos. De hecho, ni siquiera se intenta.
Cuando se adquiere plena consciencia de que se ha sentido lo máximo que se puede sentir y de que se ha amado incondicionalmente y hasta el límite (“como aman los pobres, con lo puesto, que es todo”, recitaba Gata Cattana) gracias a una complicidad única e irrepetible sostenida a lo largo de muchos años, no hay forma de llenar el vacío. La gran lección que se extrae de este trance se basa en aprender a convivir con la pérdida, la ausencia y la nostalgia por mucho que ahogue el nudo en la garganta.
Casi nadie entiende que la nueva vida se reduzca a ver cómo un fantasma conocido va y viene durante el día o en sueños. Pero no hay que dar ninguna explicación más al respecto. Como ocurre con “15.11.18”, cuya belleza, honestidad, alma poética y sensibilidad hablan por sí solas. Únicamente hay que dejarse mecer por el piano y los versos de Marco Maril, la voz y los coros de Iria Vázquez (quien también firma los montajes visuales asociados al disco) y el cello de Macarena Montesinos. Y, de idéntica manera, basta con atender a las reflexiones de un Marco absolutamente sincero en una entrevista que, más allá de las preguntas y sus respuestas, fue por momentos una conversación entre dos personas que parecían estar viéndose en un espejo por los paralelismos entre lo vivido y sufrido por ambas en sus respectivos casos particulares durante EL PROCESO.
Antes de nada, he de confesarte que tengo una conexión estrecha con el disco. Cuando empezaste a compartir sus canciones en noviembre, me encontraba todavía en la peor fase de una situación similar a la que te empujó a componer “15.11.18”. A partir de aquel momento, a medida que ibas desvelando cada tema, yo mismo iba comprobando mi costosa pero progresiva evolución. De hecho, una vez que publicaste el álbum al completo en mayo, podía ver reflejado en él un cambio a mejor en mi interior. Esa era en parte la intención. Más que componer un disco de ruptura para hacer reproches a la otra persona o para incidir en el dolor y la autocompasión, me interesaba mostrar ese proceso de recuperación para seguir adelante.
Es la primera vez que recurres a tu nombre y apellido como marca artística. ¿Por qué en este disco y no antes? Después del último álbum como Apenino empecé a pensar en ello, porque toda la producción más experimental que hacía fuera del pop electrónico, incluidos mis trabajos audiovisuales, aparecía bajo el nombre de Marco Maril. Había personas que me preguntaban: “¿Qué nombre usamos, Marco Maril o Apenino?”. A veces esa situación me generaba cierta confusión y se me ocurrió la idea de que todo ello estuviera conectado sin que hubiera esa diferencia entre mi mundo más experimental y el más melódico. Era una opción que ya tenía en la cabeza y, justo cuando acabé de grabar el disco, consideré que seguramente era el mejor momento para llevarla a cabo. Porque, además, si todos mis anteriores discos son personales, este lo es de un modo casi enfermizo. Se lo propuse a Tanis [fundador y responsable del sello Jabalina] y hablé también con Rafa Romero, encargado del diseño del LP y uno de mis mejores amigos, y a ambos les pareció genial. Aunque tenía miedo de que no fuera así, ya que había publicado siempre como Apenino.
Este es un trabajo basado en piano y voz, la tuya y la de Iria Vázquez, más el cello de Macarena Montesinos. ¿Cómo decidiste aparcar la electrónica y desnudar de esa manera tu música? Fue de una forma imprevista, la verdad, porque en ningún momento me lo había planteado. El piano había entrado en mi casa como un instrumento terapéutico para ayudarme a sobrellevar aquellos momentos tan complicados y empecé a tocarlo. Tenía algunas nociones gracias a los teclados, pero no había probado con el piano de una manera clásica. Sentía que ese proceso me iba a ayudar a centrarme en algo que me alejara de otro tipo de pensamientos y comenzaron a salir canciones. Pero, en ese estado inicial e incluso más adelante, continuaba dándole vueltas a que iba a hacer un disco típico de Apenino, como cuando empezaba a componer con el ukelele o una guitarra y acababa pasando a la música electrónica. Llegué a hacer algunos ejercicios electrónicos, pero mis amigos Rafa y Eloi iban escuchando los temas y, un día, me dijeron claramente: “Marco, este disco se tiene que quedar así”. Me preguntaban si iba a arreglarlo y respondía que sí, como siempre, dentro del estilo electrónico. Y me replicaban: “No, no, este disco se tiene que quedar así”. A partir de ahí empecé a ver que, realmente, ese podía ser el camino a seguir.
Sin embargo, a pesar de que fue una decisión inesperada, luego la desarrollaste con total convencimiento. Sí, aunque en el momento en que me lo comentaron tenía cierta inseguridad. Había pensado que, quizá, alguna canción determinada quedaría mejor solo con piano; pero, como no soy pianista, dudaba. Cuando me animaron a hacerlo, ya me dije: “Pues van a tener razón”. Y, desde ese punto de inflexión, me centré en ello.
¿Es más difícil enfrentarse a las fases creativas reduciendo todo a la mínima expresión? Siempre he sido aficionado del ‘menos es más’, también en relación a la música electrónica. Nunca me ha gustado sobrecargar las canciones, sino que he preferido hacer arreglos sencillos. Creo que en la sencillez está la virtud. Por otro lado, me encanta trabajar con el silencio, es algo que me apasiona junto con los espacios, notar cómo de estos van emergiendo y creciendo cosas. Para mí es muy fácil trabajar de esa manera, desde la sencillez. Hay quien me dice que le parece muy complicado, pero a mí me sale de forma natural.
A la hora de interpretar las canciones, ¿es también más complicado mostrarse tal cual uno es, sin ningún tipo de artificio o un gran colchón sonoro alrededor? Entiendo que, a priori, parece complejo, pero también me resulta sencillo concentrarme en pocas cosas. Como comentaba antes, me gusta jugar con la sensación de silencio y de espacio sobre el que crecen las canciones. Esa idea de la espacialidad construida desde lo mínimo me parece muy interesante.
Creo que “15.11.18” es un disco valiente. Pese a la tristeza y el dolor inherentes a las circunstancias que lo propiciaron, generalizándolas da la impresión de que, cuando las sufrimos, nos asusta intentar recuperarnos (que no significa olvidar, eso es muy diferente), como si no quisiésemos desprendernos del vínculo que aún nos une a la otra persona, por mucho daño que nos provoque la situación. Pero, con este álbum, te apartaste de esos sentimientos y diste un necesario paso adelante. Para mí fue muy importante utilizar este disco con ese fin. Sobre todo, sin tener miedo a mostrarme vulnerable. En el mundo actual, se le da una importancia desmedida al éxito, al triunfo, y el fracaso está mal visto. Parece que, si te sientes mal y no te van bien las cosas, no puedes reconocerlo. Pero no debería haber ningún problema en hacerlo porque, a través de ese acto, es cómo consigues aceptar el momento por el que pasas. No hay que esconder este tipo de situaciones, hay que dar ese paso y mostrarse tal como es cada uno, y no solo me refiero a asuntos sentimentales y a estados de ánimo, sino también a aspectos profesionales. Existe un temor a reconocer los fracasos.
Estoy totalmente de acuerdo contigo. Da la sensación de que el mundo está hecho para devorar a los seres humanos que pasan por un mal momento. Sufres por ello y, bueno, vale, algunas personas se compadecen de ti…
Te entiendo al 100%, como si esa gente, al no vivirla en sus carnes, no comprendiese la situación o no le importase demasiado… En el disco también intento reflejar el tema de la amistad, lo importante que es tener a la gente adecuada cerca de ti. En situaciones así es donde más destaca esa necesidad. Afortunadamente, he tenido bastante suerte en ese sentido.
A pesar de la oscuridad de parte de lo que cantas, dejas una rendija abierta para que entre la luz, como afirmaste inspirado en Leonard Cohen y su frase “hay una grieta en todo, así es cómo entra la luz”. Ya has explicado que, para ti, tocar el piano fue terapéutico. Y has esbozado al principio que uno de los propósitos del disco es colaborar, de alguna manera, en la recuperación de aquellos oyentes que se sientan identificados con lo que escuchan. Cuando terminé de componer el disco, hubo un momento en que ni siquiera tenía intención de grabarlo porque el hecho de haberlo compuesto ya me había servido como remedio al haberme atrevido a pasar por todo ese proceso. Así que dejé el disco aparcado, hasta me daba pereza grabarlo y publicarlo. Pero la gente que tengo a mi lado, sobre todo Iria Vázquez, me decía que tenía que sacarlo. Empecé a pensar que escuchar el proceso que había vivido a través de las canciones podría servirles a otras personas que estuvieran pasando por una situación muy parecida a la mía. Una vez publicado el disco, recibí muchas respuestas como la tuya, de gente que la había sufrido. A propósito de “La Gran Mentira”, por ejemplo, ha habido personas que me confesaron que habían pasado por lo mismo. Al final, se trata de sentimientos universales y hablar de ellos vale para abrir un hueco a la esperanza. Y también para no derrumbarse intentando buscar entre las cosas amargas, a través de esa grieta, un poco de luz. De algo malo siempre acaba surgiendo algo positivo, algo nuevo. Esa es una constante en la naturaleza.
Parece que se publican cada vez más discos dedicados a exteriorizar sentimientos en general y amores rotos en particular… No solo debido a la incertidumbre provocada por la pandemia, sino que viene de poco antes. Ahí están los últimos discos de Angel Olsen o Chucho. ¿Crees que, tal como está el panorama, es más necesario expresarse musicalmente así para desahogarse y compartir esa angustia con el resto del mundo? Por el tipo de circunstancias que estamos viviendo creo que, efectivamente, nos vemos forzados a conectar con los demás expresando emociones y sentimientos que antes podíamos considerar pudorosos, había un poco de miedo a compartirlos. Ahora, en cambio, hay mucha necesidad de hacerlo. Los individuos, sobre todo los más sensibles, nos estamos viendo cada vez más atrapados en algo que no acabamos de comprender y nos aleja del resto.
Parece que me estás leyendo la mente… Por eso creo que están saliendo, ya no solo en el ámbito musical, sino también en el literario, cosas tan buenas. La gente se encuentra en un momento en el que está buscando expresarse y soltar todo lo que lleva dentro. Precisamente, en las épocas más crudas salen las mejores historias.
Los discos post-ruptura como “15.11.18” y mi propia experiencia personal reciente me hacen recordar la teoría del amor líquido de Zygmunt Bauman, que afirma que la modernidad está acabando con la estabilidad y la longevidad de las relaciones sentimentales. La verdad es que no había pensado en ello con respecto al disco, porque, salvo algunas canciones, tampoco es un trabajo que hable mucho de amor, sino más bien de cómo sobreponerse a una situación muy difícil. Pero esa teoría puede ser acertada. También considero que vivimos en un mundo donde todo va tan rápido que surgen cuestiones como una que me ha costado asimilar. Para mí, el amor cambia, muta, y cuando la otra persona cree que el amor se acabó porque ya no hay pasión, a lo mejor coincide con el momento en que tú te sientes más a gusto. Hay una especie de presión que provoca que algunas personas no sean capaces de entender que, si no ocurren cosas, tampoco está mal. A veces se nos vende que tenemos que vivir en un parque de atracciones donde todo debe ser excitante y divertido.
Has explicado que la fecha del título del álbum, “15.11.18”, fue el día que llevaste a casa el piano con el que diste forma a las canciones. Pero, ¿qué supone para ti ese día a nivel personal y artístico en un sentido más amplio? Supuso un cambio absoluto. Después de varios meses de transición en los que andaba súper perdido, se me ocurre meter el piano. Esa entrada del piano en mi casa significó para mí un crecimiento a muchos niveles. En lo personal, porque me ayudó a sobreponerme a una situación dolorosa. Y, luego, porque me llevó por un nuevo camino que está todavía por explorar. Mi relación con el piano me ha rehecho como músico: en la electrónica, a veces, acabas encorsetado con unos recursos muy concretos y estrechos. El piano, en ese sentido, ensancha el horizonte, amplía la paleta no tanto estrictamente sonora, sino más bien la melódica. Estoy inmerso en una etapa de redescubrimiento musical.
Decidiste ir presentando canciones del disco en los meses previos a su publicación, como si quisieses ir avisando a los oyentes del material ultra-sensible que se iban a encontrar en su interior, aun a riesgo de reducir el factor sorpresa o el nivel de novedad. Lo decidí así, fundamentalmente, por una causa que me genera inquietud y mucho vértigo: la vorágine con la que, a día de hoy, se consume todo lo que se publica. Estamos en un mundo en el que sacas algo y, a los quince días, ese disco o ese libro ya han caducado, prácticamente forman parte del pasado. Ya casi nadie les presta atención porque hay otras mil cosas publicadas. Me apetecía, luchando contra los elementos y los nuevos tiempos digitales, buscar un resquicio por el que colarme y publicar poco a poco las cosas que antes no podía. Si años atrás quisiese hacer eso, sacar un single cada mes, habría que editarlo en físico con el coste correspondiente. Pero, actualmente, puedes ir mostrando un disco paulatinamente para que la gente se vaya enfrentando a él; para que cada canción tenga un valor y no se quede olvidada dentro del álbum; para ofrecer algo más a las personas que me siguen y contarles el motivo de cada canción, estableciendo un vínculo más estrecho. Se trataba de poner un poco de sosiego y de calma en medio de la vorágine.
Ahora que mencionas ese vínculo, tan cuidado es el disco que incluiste acuarelas de regalo en los envíos de sus primeros compradores. Es otra muestra de tu vena artística, que se extiende a la pintura. ¿Lo hiciste para conectar más si cabe con parte de tu audiencia? Exactamente. Era una forma de agradecimiento a la gente que me sigue, dándole algo más que un simple disco. Además, hacerlo mediante la acuarela fue especial: cada acuarela es única y, en la medida de mis posibilidades, estaba ofreciendo algo exclusivo.
El mar tiene un significado muy poderoso en el álbum, desde su portada hasta varias de las canciones. Da la sensación de que, los que vivimos cerca del mar, lo vemos como un remanso de paz cuando lo observamos, como si nos tranquilizaran interiormente su color y el movimiento de las olas. Este disco se compone básicamente del piano y del mar. El mar, como tú dices, me aporta tranquilidad y serenidad, dialogo mucho con el mar. En todo este proceso me encantaba acercarme al mar para pensar, reflexionar y meditar. El mar es uno de los mejores consejeros que puede haber, me devuelve muchas cosas. Me proporciona una gran calma observar cómo va y viene, cómo se regenera. Esa regeneración del mar es muy metafórica en este disco. Además de la grieta de la que hablábamos antes y de buscar la luz que entra por esa grieta, también aparece el mar, que está muriendo y volviendo a nacer constantemente. En ese movimiento se puede encontrar una forma de entender la vida.
Abres “15.11.18” a degüello, con una honestidad brutal, mediante la nombrada “La Gran Mentira”. Ya adelantas que este disco va a doler… Es la parte más oscura del disco, la canción más directa y la única que hace una referencia clara a todo lo que me había sucedido. Quería utilizarla simplemente para definir el contexto, sin profundizar en esa parte, solo como punto de partida de lo que viene después: un proceso que se mueve de la oscuridad a la luz. No buscaba ahondar en esa vertiente, sino establecer un inicio para, sin ningún temor, hablar de una situación determinada evitando revolcarme en el dolor.
Hay dos canciones con las que conecté automáticamente: “El Corazón Ardiendo” y “No Pensar”. Justamente, son fases por las que hay que pasar a la fuerza en momentos en los que todo se desmorona alrededor. Esas canciones están colocadas entre otras que tienen un tono cada vez más luminoso para destacar que estos procesos no son lineales: parece que te sientes muy bien y, de repente, vuelves a caer. Hay que aprender a aceptar que no todo es luz, que la vida es un permanente cambio, con momentos buenos y malos. Recaer, en ocasiones, es parte del proceso.
Además del mar y su simbolismo, en “15.11.18” la luna también está muy presente. La luna, al fin y al cabo, es la que mueve el mar y nuestros biorritmos. Sin darnos cuenta, la luna nos gobierna y nos afecta, no solo a nosotros como individuos, sino también a todo los que nos rodea.
Ya hemos mencionado que cuentas con dos grandes apoyos en el disco. Por un lado, Iria Vázquez y su voz, con la que aporta calidez y reconforta. Se aprecia incluso la empatía que transmite, intentando arroparte de algún modo. Sí, así es. También en lo personal me ayudó y me arropó. Además, se ocupó de buena parte de la imaginería que hay en torno al disco. Para mí fue un descubrimiento brutal su voz, que endulza las canciones. Ella fue una parte fundamental del disco.
Por otro lado, aparece el cello de Macarena Montesinos. Suena con tanta belleza que pone los vellos de punta. ¿Cómo trabajaste con ella para conseguir esa combinación perfecta con tus composiciones? Dándole libertad absoluta. Además de admirarle muchísimo como cellista, tengo la suerte de haber trabajado con ella en proyectos de improvisación, maneja el cello desde una perspectiva experimental. Macarena es una especie de Brian Eno o de Ryūichi Sakamoto del cello, es una mujer que lo domina de tal manera que es capaz de sacar unas tonalidades y de hacer unas cosas totalmente alucinantes. No te imaginas que el cello puede llegar a tener esos registros y ella los consigue. Pero, al margen de eso, Macarena es también una gran intérprete que posee una enorme sensibilidad. Como ella conocía las canciones y le encantaban, le propuse que eligiera las que pensara que necesitaban un cello para crear con libertad plena. Fue construyendo las partes de cello y yo las fui acoplando. La verdad es que, conforme me las iba mandando, me iban pareciendo espectaculares. Una de las cosas que más me gustó de haber hecho el disco fue ver cómo tanto la contribución de Iria como la de Macarena lo enriquecían y descubrir cómo todo eso que no aportaba yo ayudaba a que el disco creciera.
Homenajeas a dos figuras importantes. Una de ellas es Federico García Lorca, de quien adaptas dos romances en “Preciosa y el Aire” y “Romance de la Luna Luna”. ¿Por qué elegiste esas piezas y cómo elaboraste su musicalización? Lorca me gusta mucho, ya había trabajado con su obra en mi disco anterior, en “Viravolta”. “Romance de Luna Luna” fue una de las primeras canciones que musiqué cuando empecé todo este proceso, me relajaba mucho leer todo tipo de cosas, buscaba en la lectura un refugio. En la poesía de Lorca comencé a ver la musicalidad de sus romances, que me sirvieron también un poco de guía para hacer lo que tenía en mente. Creo que esas dos piezas complementan muy bien el disco. Toda la obra de Lorca está cargada de una gran sensibilidad, por eso me resultaba placentero leerlo y pensar en musicarlo. Me ayudaba mucho no tanto en lo relativo al lenguaje, sino en cómo adaptar la música a una letra.
La otra eminencia a la que rindes tributo en “15.11.18” es Agnès Varda. Ella te inspiró “Una Escena de Varda” y “Azul Ultramar”, que comenzó a tomar forma a raíz de su muerte. ¿Qué significa para ti Agnès Varda? Me siento unido a ella por su manera de contar y ver las cosas, por su atracción hacia el mar, lo azul, el sol, los girasoles… Coincidió también que, en los últimos años, había estado muy vinculado a ella. De hecho, en medio de ese proceso, justo el verano en que sucede todo, hay una exposición sobre ella en Pontevedra, fui a verla y sentía que eso me estaba reconectando conmigo mismo y con mi nueva situación. Pasan varias cosas: esa exposición, después Agnès fallece y, en el día de su muerte, en un momento de tristeza, me voy al mar y sale “Azul Ultramar”.
Supongo que no fue casualidad que la última canción que compusiste y que colocaste como desenlace del disco fuese “Luz”. Su título lo dice todo y cierra el círculo abierto con aquella grieta de Leonard Cohen, por la que acaba entrando luz. Exactamente, por ahí va la función de ese tema: cerrar el círculo del álbum y terminar con un mensaje positivo para reflejar que un proceso como el que viví va de la oscuridad tenebrosa del inicio hasta llegar a esa luz. Eso es lo que me aportó todo el proceso de “15.11.18” y quería que esa fuera la sensación final con la que se quedase el oyente que realiza el recorrido del disco.
Esa es la sensación que me ha quedado, te lo aseguro.
[Terminé de escribir este texto la noche de aquel caluroso día de mediados de julio, todavía sentado a la orilla del mar, con la luna en el cielo, mientras me reafirmaba en que, cuando se sufre la devastación personal, a veces es mejor que otros hablen por uno mismo para hallar de una vez por todas la deseada luz entre la oscuridad. Eso es lo que sucedió con Marco Maril en “15.11.18”. Y, en estos casos, también es preferible recurrir a palabras ajenas para enviar mensajes que no han podido transmitirse cara a cara y lograr, al fin, la redención:
“Aquí estoy, pensando en todas las cosas por las que deseo pedirte perdón.
Todo el dolor que nos causamos. Todo por lo que te culpé.
Todo lo que necesitaba que fueras o que dijeras.
Perdóname por eso.
Siempre te querré porque crecimos juntos.
Y tú me ayudaste a ser quien soy ahora mismo.
Sólo quiero que sepas que siempre habrá un pedazo de ti en mí.
Estoy agradecido por eso.
No importa en quién te conviertas ni dónde estés en el mundo.
Te mando todo mi amor.
Eres mi amiga hasta el final”]
[Más información en la web de Marco Maril]