Una familia es una red de historias que nos ayudan a tejer nuestra identidad… Y eso es precisamente lo que Marilar Aleixandre recuerda en su preciosa novela “Lobos en las Islas”.
Hay algo mágico en los velatorios. Si hablamos de magia blanca o de magia negra, depende de aquellos que lo viven. En nuestro país tenemos, de hecho, uno de los mejores ejemplos como magia negra: ese mítico “Cinco Horas Con Mario” que es una espiral de desconsuelo y reproches en forma de monólogo de una España católica que (a día de hoy) ya no está de cuerpo presente pero cuyo fantasma sigue atormentando muchas conciencias. Y, desde ya, también tenemos su contrapunto absoluto en forma de magia blanca: “Lobos en las Islas“, de Marilar Aleixandre.
Este libro, el primero del catálogo de la nueva editorial Arde, toma la liturgia del velatorio como una excusa para juntar a toda una familia… y, de paso, también a todas sus historias. Porque, de alguna forma u otra, una familia es mucho más que un conjunto aleatorio de personas que se fuerzan a pasar tiempo juntas por el mero hecho de estar unidas consanguíneamente: una familia es una red de historias interconectadas que ayudan a que sus miembros forjen su identidad en base a un sentimiento de pertenencia y de linaje.
Todos somos las historias que nos han contado, y nadie explica mejor historias que los miembros de nuestra propia familia. Padres, abuelos e incluso tíos, a veces puede que primos, todos nos cuentan historias que nos tocan la fibra sensible, que nos hacen reflexionar y que nos obligan a replantearnos nuestra propia existencia porque sentimos poderosamente que formamos parte activa de ellas, aunque solo sea como nota a pie de página. Y eso es precisamente lo que Aleixandre explora en “Lobos en las Islas“.
Esta novela podría leerse como un compendio de cuentos inconexos si no fuera porque, entre relato y relato, asistimos a los dos días del velatorio de la abuela de una familia gallega en la casa en la que todos ellos crecieron. Tras la apertura con lo que bien podría pasar por una leyenda gallega de pueblo costero (una isla, dos hermanas, un fugitivo de la ley, un romance secreto, un desenlace fatal, un trauma familiar), entramos de lleno en el velatorio en el que todos los miembros de la familia van recordando historias que siempre han corrido por su familia, ya sea porque ellos las protagonizaron o porque supusieron alguna enseñanza vital para alguno de los familiares.
A su vez, el velatorio se ve recorrido por un misterio que intriga a los más jóvenes: ¿cuál es la historia sobre el cuarto de los armarios que todos los adultos evitan y que parece afectar a la recién difunta abuela? La respuesta no llegará, obviamente, hasta el final de todo. Como en “Las Mil y Una Noches“, cada nuevo relato gana un poco de tiempo y retrasa lo inevitable un poco más. Pero, al final, más que con la labia de Sherezade, la pluma de Marilar Aleixandre se emparente de forma mucho más directa con el realismo mágico de Gabriel García Márquez.
Lo que ocurre es que, en vez de Macondo, en “Lobos en las Islas” tenemos Lobeira. Un espacio mental más que un espacio físico: “Decían un día los padres que para ellos Lobeira es el centro del mundo por un decreto natural, como es para todas las personas el sitio donde nacieron, donde aprendieron a nombrar las cosas: árbol, monte, mar; sin embargo pensaban que para nosotros, nacidos en Vigo, en Santiago, en Barcelona o en Madrid, para nosotros que nunca hemos vivido en Lobeira, a no ser en vacaciones, árbol, monte, mar tienen un significado distinto. Nosotros contestamos que se equivocaban, que si para ellos Lobeira era el país vivido, para nosotros era el país imaginado, el paisaje donde situábamos mentalmente todas las historias que nos relataban de pequeños, nuestro bosque encantado, las islas que escondían tesoros“. Todos tenemos una Lobeira.
Pero, como en Macondo, esta Lobeira es es una tela de araña en la que cada hilo es una historia, un mito, una leyenda que ayuda a conformar la identidad de toda una familia. “Lobos en las Islas” es un complejísimo y bellísimo retrato de todas las caras que puede tener una familia. Micro-historias y macro-historias que se entrelazan y entretejen de tal manera que es posible rastrear el ADN de cuatro generaciones a lo largo de un siglo, ya sea en la forma de un profesor americano que vuelve a Galicia para investigar por qué le han dejado una herencia, de un chaval que presencia las rencillas entre dos vecinos que han de acabar en desgracia o un intercambio de cartas entre uno de los tíos de la familia y el que parece ser su amor homosexual de adolescencia.
A su vez, estas micro-historias y macro-historias forman parte de una mega-historia mucho más amplia: la de nuestro propio país. Es imposible no leer el libro de Marilar Aleixandre sin verse representado en toda esta maraña de padres, tíos, abuelos y primos. Porque puede que todo esto ocurra en Galicia, pero “Lobos en las Islas” habla, al final de todo, de la historia de nuestro país. De cómo hemos pasado del desestructurado mundo rural a un mundo donde todo tiene que estar milimétricamente calculado en pos de la productividad capitalista: “Cuando la abuela hablaba del Guillén siempre suspiraba diciendo que en este tiempo en que todos vamos con tanta prisa no había lugar para el Guillén, y por eso fue sustituido por otro coche más serie, que siempre tarda el mismo tiempo en hacer el mismo viaje, sin desviarse por asuntos como una matanza o un enfermo. Pero en el fondo nos parecía que suspiraba por su juventud“.
Un mundo en el que las nuevas generaciones huyeron del campo a la ciudad sin importarles la pérdida de identidad que eso iba a conllevar: “Los vientos soplaron un día sobre mí transportándome a estudiar lejos. Olvidé a Martiño y al Forastero, y en el torbellino de la ciudad casi me olvidé también de mi tío Francisco y de mis padres. Dejaron de preocuparme aquellas menudas rencillas de la aldea, y cuando regresaba en vacaciones acostumbraba a emplear más tiempo en contar a la familia las maravillas del mundo exterior que en escuchar chismorreos locales“.
Un mundo que, más que nunca, necesita libros como este “Lobos en las Islas” para recordarnos que somos nuestra familia (sanguínea o elegida), y que nuestra familia es la red de historias sobre la que se construye nuestra identidad. Y que, por mucho que Hollywood nos intente vender lo contrario, la identidad de aquí nada tiene que ver con la identidad yanki (o la danesa o lo australiana, qué más da). Por suerte, siempre tendremos autoras como Marilar Aleixandre para capturar la magia de nuestra identidad y, con sus artes blancas, entretejerla en páginas tan hipnóticas como las de este libro que es mucho más que la(s) historia(s) de un velatorio. [Más información en la web de Marilar Aleixandre y en la de la editorial Arde]