La novela “La Parte Blanda de la Montaña” de Álex Prada trenza pasado con presente (y con búsquedas de mamuts) para obligarte a mirar el mundo a tu alrededor con nuevos ojos.
Una de las primeras obsesiones de mi vida lectora, justo cuando dejaba de ser un niño y empezaba a ser un adolescente, fue la saga “Los Hijos de la Tierra” de Jean Marie Auel, que arrancaba con una novela de título tan evocador como “El Clan del Oso Cavernario“. Esta es una serie de libros en los que una niña cromañón es criada por un clan de neandertales y, una vez es adulta, vive abundantes aventuras (e intensos dramones) entre las que se encuentra ser repudiada por su propia tribu y embarcarse en la búsqueda de “los suyos”.
Nunca había reflexionado sobre ello pero, ahora, al pensar detenidamente en la trama de la saga, me doy cuenta de que hay mucho de discurso de la disidencia, de persona que crecen sabiéndose y sintiéndose diferente y que se ve impelida a buscar un entorno menos hostil en el que poder ser quién verdaderamente es. Pero, a ver, que me voy del tema y en verdad yo no quería hablar de eso, sino del hecho de que, durante muchos años, me avergoncé de aquella primera obsesión lectora porque, probablemente, no fueran libros de una gran calidad.
Enganchaban cosa mala, también te lo digo. Y me metieron en el cuerpo un interés por la prehistoria que, tristemente, no tuvo ningún tipo de continuidad porque así funciona la mente adolescente: salta de una obsesión a otra y, al final, si no encuentras asideros para seguir profundizando en un interés, acabas abandonándolo en pos de otros… Hasta que, de repente, treinta años después, treinta años en los que lo prehistórico parecía relegado a la esfera de la literatura histórica o de la mala literatura, me descubro leyendo “La Parte Blanda de la Montaña” casi de una sentada y con aquella pasión voraz con la que solo lees cuando tienes 13 años.
Porque el libro de Álex Prada publicado por Seix Barral entrelaza dos historias, y una de ellas es precisamente la historia de una chica llamada Dira que, en torno al año 6000 a.C, decide alejarse de su tribu para hacer algo por lo que sabe que la van a tachar de loca: buscar el (que ella cree que es el) último mamut viviente para satisfacer la curiosidad y, sobre todo, el ansia de conocer, de romper el velo de lo desconocido y acceder a todo aquello que nos está vedado por el bienestar social que te susurra al oído que mejor te quedes quieto y no hagas mucho ruido, por si acaso.
Esta mitad de “La Parte Blanda de la Montaña” corre paralela a la de Khünbish en la actualidad, un paria mongol que decide lanzarse a la carretera para llegar a un asentamiento que se dedica precisamente a desenterrar restos de mamuts para vender los colmillos de marfil. Un lucrativo negocio por el que Khünbish se ve seducido después de haber sido criado en la violencia de la pobreza y de haber pasado un tiempo en la cárcel por un crimen atroz por el que se enterró en vida (y en trabajo). ¿Su motivación? Sacar a su familia de la rueda de miseria y pobreza en la que todos sigue corriendo como hamsters.
El contraste entre las dos líneas temporales de “La Parte Blanda de la Montaña” es estimulante y elocuente a múltiples niveles, el primero de ello el evidente juego entre descastados sociales. Por un lado, Dira es incomprendida por su tribu porque pone el conocimiento, lo desconocido, lo intangible por encima de la función, la utilidad y la productividad de la supervivencia del día a día. Por otro lado, un Khünbish extirpado de la sociedad por la vía de la pobreza que va a la búsqueda del mamut perdido no por curiosidad ni por placer, sino para acceder a una vida mejor.
Dicho de otra forma: Dira es la imagen de la persona que se labra una victoria en sus propios términos, mientras que Khünbish es el retrato de todos aquellos que nacen con las cartas echadas. Y son cartas de perdedor. Así lo describe Álex Prada en cierto momento del “La Parte Blanda de la Montaña“: “El viejo no es más que un perdedor, peor que eso, Otgonbayar y el viejo son perfectos ejemplares de ese ejército de personas a las que les está vedada la victoria. Por mucho que hagan, por mucho que inviertan, tienen sobre sus hombros, dentro de sí mismos, en lo más profundo de sus esencias, un obstáculo atávico que los convierte en impedidos, impedidos para la gloria. Cuando parece que la van a alcanzar, algo invisible se la arrebata“.
El diálogo entre pasado y presente, que a veces incluso se permite hablar de tú a tú (como cuando Khünbish encuentra algo que Dira dejó en el terreno o cuando Dira tiene un sueño perturbadoramente contemporáneo), hace mucho más que subrayar la imposibilidad del triunfo del hombre que ha nacido en los estratos inferiores de la era del turbocapitalismo. Es un diálogo en el que también hablan otros actores igual de importantes en “La Parte Blanda de la Montaña“: el paisaje, sus gentes y, por encima de todas las cosas, el lenguaje. Los dos primeros, de hecho, se entrelazan de forma exuberante y acaban por alimentar al tercero.
Me explico. Obviamente, el libro de Álex Prada es una doble road movie (¿cuál es el equivalente literario de este género cinematográfico?) y, como tal, los viajes de Dira y Khünbish son tan exteriores como interiores. Ambos se van encontrando con diferentes personajes y lugares que les van enriqueciendo, desde las diferentes tribus con las que se topa la primera (que empiezan a relacionarse con la Madre Tierra de formas inéditas, ya sea domando el fuego o mirando las estrellas) hasta los viajes en coche y barca del segundo, coronados con la estancia final en el campamento en el que se extraen los restos de mamut a la búsqueda de marfil.
La pluma de Prada es sublime a la hora de arrancar verosimilitud a parajes y situaciones que, más que probablemente, le quedan bien lejos. A medio camino entre la voluntad documental estrictamente realista y la digresión poética ingrávidamente bella, “La Parte Blanda de la Montaña” consigue plasmar el fascinante equilibrio de esos grandes libros que estimulan en el lector tanto la recreación mental fidedigna como la fantasía más libre. Y ahí es donde brilla el uso del lenguaje que hace Álex Prada.
Al final y al cabo, el escritor es consciente de que, por mucho que Khünbish habite el mundo actual, ese mundo en el que las palabras han sido erosionadas de tal forma que les cuesta invocar cualquier tipo de magia, Dira sí que vive en un mundo en el que todo está por estrenar. Sobre todo, las palabras. Es por eso mismo por lo que, muchas veces, en el relato de Dira las cosas no son designadas por las palabras que les corresponden, porque probablemente todavía no hayan sido bautizadas. Una montaña, precisamente porque está tan lejos que es imposible saber qué es, es simple y llanamente una cortina que tapa lo que hay más allá.
Curiosamente, ese esfuerzo delicioso que tiene que hacer el lector para descubrir el mundo de Dira a la vez que ella misma lo hace, Álex Prada consigue invocarlo mínimamente cuando junta a Khünbish con personajes que atraviesan diferentes países y que ofrecen una visión amplia del lenguaje: “Yo sé decir manglar en muchos idiomas. Lo mismo igual en todos los idiomas. Porque es una palabra, quiero decir, es algo que llena todas las palabras posibles para nombrarlo con su maleza y su densidad. Mangrove. Mangrovo. Mikoko. Puede parecer que las palabras llevan ahí toda la vida pero supongo que también las tuvieron que inventar y el primero que las dijo las sacaría de algún ruido, que yo no soy profesor de nada pero tampoco imbécil, esas cosas salen del borboteo del agua entre las raíces y el fango, mongrov, mongrroffff, mngrrvvv, o de los animales pululando entre las hojas, arrastrándose, buscando con quién aparearse, ni idea… Mikoko es en suajili“, por ejemplo.
De esta manera, “La Parte Blanda de la Montaña” es una trenza en la que se mezclan múltiples factores. Victoriosos y fracasados. Buscadores de conocimiento y supervivientes natos. Pasado y presente. Paisaje, gentes y lenguaje. Y todo ello para que, al final de todo, Álex Prada haga lo que deberían hacer todos los escritores: alimentar el inmenso placer que supone la literatura como herramienta para recordarte que la magia sigue estando ahí, alrededor de todos nosotros. Por mucho que a veces cueste verla. [Más información en el Twitter de Álex Prada y en la web de Seix Barral]