Vaya por delante que mis conocimientos sobre música electrónica no son todo lo bastos que desearía a la hora de abordar la reseña de un disco como “Montjuïc” (spa.RK, 2014). Lo mío siempre fue el folk y el mamarrachismo pop, lo siento. Y lo siento, sobre todo, porque en la reseña que sigue a esta disculpa no van a encontrar ustedes largos parrafones destripando y diseccionando las mil y una referencialidades que se pueden rastrear en el debut en largo de Wooky hacia discos ocultos de electrónica noventera o de aquella electrónica en estado puro que se petrificó en forma de piedra filosofal a partir de la que han ido derivando tantas y tantas recetas. Todo eso existe en “Montjuïc“, evidentemente. Y, más que probablemente, ese juego de influencias y homenajes sean lo que convierte el álbum de Wooky en una referencia más que notable. Pero si admito mis deficiencias como crítico musical a la hora de abrir esta reseña es, básicamente, porque a partir de aquí quiero concentrarme en lo que hace que “Montjuïc” trascienda el terreno de lo notable para incurrir en el de lo sobresaliente: su práctica de un paisajismo que rasga el velo transparente de lo musical para ahondar en terrenos de lo emocional.
Porque está claro que en “Montjuïc” reverberan los ecos de Orbital y Warp (eso te lo puede decir hasta alguien con conocimientos electrónicos tan parcos como los míos), pero es que lo verdaderamente interesante aquí es cómo Wooky consigue casar aquel concepto que concebía la electrónica como un cúmulo de formas puras, limpias, nítidas y cortantes con otro concepto que, partiendo precisamente del punto contrario del espectro electrónico (el buzz envolvente, las brumas sónicas, el crujido del vinilo), apostó por la captura de paisajes emocionales de tonos ocres y moods apocados. Sí, me estoy refiriendo a Boards of Canada y toda su cohorte de imitadores. También llego a ese nivel. Pero lo que vengo a decir es que, al fin y al cabo, lo verdaderamente sorprendente en “Montjuïc” es que consigue algo tan a priori excepcional como obtener las cualidades de la fotografía analógica (que aporta calidez, que difumina los contornos, que hace burbujear la humanidad de lo retratado) manteniendo una nitidez de formas propia de la foto digital en HD (donde hasta el último detalle se revela con una resolución fascinante, irreal y, a la postre, robóticamente sintética).
Una vez establecida la calidad de imagen que obtenemos al utilizar la cámara fotográfica con la Wooky observa la montaña de Montjuïc, puro icono barcelonés, toca observar de cerca las instantáneas obtenidas. No parece gratuito que la portada del disco presente una esfera que, a lo “El Pequeño Príncipe“, bien parezca un planeta en miniatura flotando sobre un cielo azul moteado de nubes algodonosas. Tampoco parece gratuito que ese pequeño planeta esté dividido en cuatro cuadrantes que presenten cuatro paisajes diferentes plenamente reconocibles como parte de la orografía menos urbana de Barcelona… Y es que “Montjuïc“, el disco, también consigue que diferentes ecosistemas convivan de forma harmónica en un mismo espacio: “Inner Maristany” obliga al disco a levantar el vuelo como un ave cibernética que recorre la ciudad a oscuras, en plena noche, sin un alma que habite las calles; “Lisboa” se abre como si estuviéramos mirando una foto defectuosa en el ordenador para, a mitad del corte, introducir unas harmonías que lo ordenan todo y nos permiten ver un cielo despejado; “Thalassa” crece y crece como un torrente que se va viendo alimentado por una lluvia acuciante, burbujeando de forma fluida y borboteante; “Inicii Skin“, con sus samplers de pájaros y naturaleza, es como una paseo por la montaña estrenando prótesis robóticas en nuestras piernas; la dupla formada por “Inheritance I” e “Inheritance II” suena a subida y bajada a un puerto de montaña a bordo de una bicicleta de formas streamline; “Recurrent Dream” es lo más parecido a una rave controlada y deliciosamente secreta en el foso del castillo de Montjuïc; y, finalmente, en “Montjuïc” pueden sentirse las briznas de hierva acariciando tu cara mientras, tumbado al sol, te dispones a salir de este viaje propuesto por Wooky.
Me reitero en el mea culpa inicial: “Montjuïc” es un disco que demuestra un conocimiento exhaustivo del sonido que toma como arcilla con la que moldear todas sus canciones. Y esta reseña, lamentablemente, se deja fuera la acumulación de nombres que podrían mentarse como referencia para clarificar un poco la genealogía del sonido que Wooky practica. Pero, a la vez, tengo que reconcer que lo dicho también me la pela ligeramente, porque lo que yo siento cada vez que escucha este disco no son ganas de poner al día mi biblioteca de música electrónica, sino más bien de salir a la calle, correr hacia la montaña más cercana y, con estas canciones bañando mis oídos, observar cómo la música de “Montjuïc” es capaz de conseguir que el paisaje a mi alrededor mute en algo mucho más brillante, intenso, repleto de colores y palpitante de emociones.
Wooky – “Montjuïc” teaser from Wooky on Vimeo.