He de reconocerlo: no me agradan los nísperos. Tienen un sabor demasiado agridulce para mi paladar, que suele preferir gustos más corrientes y menos sorprendentes. Siento mostrar tanta previsibilidad degustativa… Pero de los nísperos sí que me atraen un par de detalles de sus características: primero, su forma, color y textura, que hacen que sea un fruto enigmático, tanto que es posible ponerse filosóficamente shakesperiano mientras se sujeta un ejemplar con la mano y se eleva para observarlo con detenimiento; y, segundo, las fechas en que madura, a comienzos de la primavera, cuando se muestra en todo su esplendor, como todo aquello que debe estallar (positivamente hablando) durante tan bondadosa estación. No es extraño, pues, que Rusos Blancos (empujados, principalmente, por las tribulaciones de su cantante y letrista, Manu Rodríguez; no se pierdan su blog, ‘Te veo más delgado’), se hayan decantado por tan elegíaco título, “Tiempo de Nísperos” (Ernie, 2013), para bautizar su segundo disco: basta con leerlo una sola vez para que la sesera comience a establecer la correspondientes conexiones metafóricas con todo aquello que lo excita y atormenta y que, en el 99.99% de los casos, tendrá que ver con los asuntos emocionales y sentimentales. Porque, no lo olviden, el que siente es el cerebro, no el corazón, por mucho que queramos dotar a un órgano musculoso de percepciones sensitivas no físicas.
Este romanticismo racional (un momento: ¿existe eso? Pensemos que sí…), basado en hechos reales y en el que no hay espacio para historias de amor ideales (y, por ello, imposibles) protagonizadas por príncipes azules y princesas de mazapán, es un material sensible que Rusos Blancos han manejado y desmenuzado con sabiduría en cada uno de sus movimientos desde su debut en largo, “Sí a Todo” (Ernie, 2011), hasta su EP “Hijo Único” (Ernie, 2012): dos obras que funcionan como tratados integrales sobre cómo amar en tiempos revueltos, asimilar desastres afectivos, apechugar con patetismos varios y, en definitiva, luchar por mantener la cabeza erguida y la dignidad en su sitio (a poder ser, con fino sentido del humor) ante los zarpazos amorosos. Pero volvamos a los nísperos, tan naranjas, tan exóticos dentro de su aparente normalidad… Como he dicho antes, poseen un inexplicable magnetismo que incita a reflexionar si se fija la mirada en ellos y a imaginarse cuán agrios pueden llegar a ser los avatares del amor, como si se regasen con el almíbar que se extrae de ellos.
Tal líquido se esparce por la inicial “Dudo que el Amor nos Salve” (oda a la frustración pronosticable: “Ya no puedo esperar para volver a enamorarme, para volver a equivocarme”) a través de un ritmo reptante de blues de tez blanca y barbilampiña que acaba explotando, en su estribillo y en su desenlace, en un pop orquestado y coral de hechuras clásicas y brillantes que se alejan de la interpretación inmediata y concisa que el grupo madrileño acostumbra aplicar a la composición pop. Esa visión ‘made in Rusos Blancos’, en cambio, se mantiene fresquísima en “Orfidal y Caballero”, piedra filosofal de “Tiempo de Nísperos” y uno de los himnos loser del año, en la que se repite hasta veinte veces el adjetivo ‘triste’. ¿Hacen falta más explicaciones? El vigesimoprimero de esos ‘triste’ del álbum se reserva para que forme parte de la soulera “Se me Enamoran”, que profundiza en el tono amargo general del repertorio; y el vigesimosegundo ‘triste’ aparece en “Hogareña”, que esconde bajo su dinamismo crepuscular diversas y reiterativas contradicciones de pensamiento. Aunque hay uno que nunca falla: está muy bien eso del cariño pero, al final, ¿para qué sirve si sólo provoca dolores de cabeza?
Puestos a darle más vueltas al asunto, una susceptible conclusión sería que lo mejor del proceso amatorio es el mismo hecho de salir en su búsqueda y comprobar cómo se desarrolla, sin pensar en su alcance y duración, ya que estos parámetros vendrán marcados de antemano por la fecha de caducidad escrita en el reverso de su envase. Con todo, esta teoría suele olvidarse cuando llega el calor y los chicos se enamoran. Si viviésemos en un mundo perfecto, la época en que los nísperos adquieren su forma completa (no lo olviden, en primavera) sería un decorado inigualable para que las pasiones se desparramasen con sentido y sensibilidad; pero, por desgracia, no es ternura todo lo que reluce, y cuando uno empieza a creerse el rey del mambo acaba convertido en el chico con una espina en el costado: en el horizonte aparecen obstáculos en forma de comparaciones odiosas y competitivas expresadas a ritmo de pop discotequero de los 70 bailado por un Tony Manero descoordinado y con las solapas bajadas (enorme “Baile Letal 3”); no se colman las expectativas por voluntad propia (“Oro, Disfruto”, de una potencia inusual en Rusos Blancos); o se deben cortar los hilos de marioneta que salen de la espalda para dejar las cosas claras y el chocolate espeso (como bien reza la parte final de la alegre por fuera pero áspera por dentro “Bonito Cortejo”: “Sólo quiero hacerte ver, nada pasa por amar, nada pierdes por querer, pero ha de ser a mí”).
Curiosamente, los dos últimos temas mencionados (más “Orfidal y Caballero”, aunque su espíritu derrotista prácticamente lo oculta…) guardan en su interior ese adjetivo que contrasta radicalmente con el que se ha repetido hasta la saciedad más arriba: ‘feliz’, que habría que tomar más como un deseo de ser, una intención a seguir o una meta a lograr que como un estado realmente consumado. Por si quedara alguna duda, la taciturna y sincera “Algunas Cosas Sobre mí que Aprendí Estando Contigo” sentencia que “Decidí vivir mi vida con el simple objetivo de ser feliz, y si te quedas conmigo espero lo mismo de ti”. Así, en “Tiempo de Nísperos” no se rechaza la posibilidad de mirar hacia adelante sin ira para, en algún momento, poder quitarle la amargura al sabor de los también denominados níspolas (como en la lánguida “La Playa de los Locos” y la briosa “Marina”) y decir finalmente aquello de, parafraseando a Remate, “el fracaso oficial conlleva el éxito extraoficial”.
He de reconocer que siguen sin agradarme los nísperos… Aunque, ya que estamos en su fase de plenitud, en la que las cosas buenas deberían estallar (positivamente hablando), haré el esfuerzo por catar algunos próximamente para ver qué sucede y, quizá, cambiar de opinión. Con el segundo disco de Rusos Blancos sonando de fondo resultará mucho más fácil e incluso placentero.