Tenemos una extraña tendencia (como periodistas y como consumidores de música) a asumir “el dilema del segundo disco” como si fuera algo sencillo e inequívoco. Y no lo es. Existen muchos tipos de dilemas del segundo disco… El básico, al que solemos referirnos -casi- siempre, es al dilema en el que las apuestas estén demasiado altas después de un debut apoteósico y en el que no sólo no se cumplan esas expectativas, sino que “lo nuevo” acaba siendo un batacazo en toda regla. Pero aquí empezamos a abrir caminos hacia dimensiones paralelas: ¿ha sido el batacazo por repetir una fórmula que ya se ha demostrado gastada? ¿Por explorar carreteras secundarias que no llevan a ningún sitio? ¿Porque el grupo ha sido experimental y ha tenido éxito pero no ha ofrecido lo que todo el mundo quería y esperaba? ¿Porque han sido experimentales y nada tiene sentido?
Y es que, al fin y al cabo, “el dilema del segundo disco” suele definirse en oposición a su antítesis, que vendría a ser “el éxito (improbable pero peregrinamente plausible) del segundo disco”. ¿Qué necesitamos para considerar un segundo disco como un verdadero éxito? Podría hacer aquí una bonita enumeración, pero os lo voy a poner sencillo y claro: para que un segundo disco sea considerado un éxito necesitamos que nos envuelvan la misma mierda pero con diferente lazo. Así de sencillo. Así de coprófago. Pero es que es lo que hay: necesitamos la misma mierda, pero necesitamos también algún tipo de variante con la que podamos justificar que no estamos comprando dos veces lo mismo. Que no somos asiduos del “pan con pan comida de tontos”.
Una vez aclarado todo lo dicho, llega la pregunta ineludible: ¿qué tipo de segundo disco es “Every Open Eye” (Glassnote, 2015)? A lo que yo responderé con otra pregunta: ¿qué tipo de respuesta queréis? Si queréis una respuesta objetiva y periodística que justifique que estéis leyendo mi opinión y no la de vuestro cuñado en Facebook, la verdad es que tendré que quedarme mudo. Porque, al fin y al cabo, no creo que Chvrches pretendan que nadie se los tome como un acto intelectualizado que pretenda cambiar la orografía de la música del siglo 21. Cualquiera que haya asistido a algún concierto de la banda de Lauren Mayberry lo sabe de sobras: lo de esta gente es la diversión, el hedonismo, el baile, el sudar hasta que no te quede ni una gota. Y eso es de lo que va “Every Open Eye“.
Si queréis una opinión sincera, más de ser humano que de periodista, os lo diré con pocas palabras: esta es la mejor mierda que he comido en mi vida.
Es este un segundo disco que se dedica, básicamente, a recolectar los mejores logros de “The Bones of What You Believe” (Glassnote, 2013) y a hacerles un upgrade en toda regla. Algo así como ese momento en el que, después del primer lanzamiento de un videojuego, vuelves a encender tu consola te sale el mensaje de “este juego necesita una actualización” y, tras instalar, todo luce mejor, con más luz, más bonito, más convincente. Al fin y al cabo, no era tan difícil: lo que nos enganchó a todos en el caso de Chvrches fue la capacidad para la banda de practicar el sexo anal más salvaje con la mamarrachada del minimalismo como anhelo de la música pop y apostar por el más es más, por un maximalismo aplicado no sólo a la rítmica (esos bombos demoledores) y al tempo, sino también a la voluntad de que absolutamente toda la canción sea un puro himno, no sólo el estribillo.
En “Every Open Eye” sobran los himnos: puede que “Keep You On My Side” sea la canción pop más pluscuamperfecta escrita en la última década (he dicho), pero no hay que perder de vista el hecho de que absolutamente ninguna de las canciones del segundo disco de Chvrches sabe a relleno. “Leave A Trace” se demostró como un single maravilloso que enganchó gracias a la utilización sabia de los “ooohhhs” en los coros; cuando crees que “Empty Threat” no podía estar más engrasada para provocarte una alegría y un optimismo injustificados, llega su crescendo de repeticiones finales (“Maybe the water’s high, but I can see the difference“) y parece que te vaya a explotar el corazón; “Make Them Gold” parece una arma de destrucción masiva (con y) contra las masas de los festivales veraniegos; “Bury It” hace lo que toda buena canción pop debería hacer, que es convertirse en un mantra ideal para quitarse fantasmas de encima; “Clearest Blue” parece que en cualquier momento vaya a estallar en un drop al que le seguirá un remix de Erasure…
Y esto sin contar las supuestas “bajunas” del álbum, que serían las tres baladas que acaban revelándose como growers absolutos: “High Enough To Carry You Over” te obliga a desear que a Martin Doherty le cedan más espacio para cantar en futuros discos; la dulce “Afterglow” se erige como necesario ungüento para las heridas que, además de dar salida al álbum, lo hace bajándote las pulsaciones por minuto; y, por encima de todas, “Down Side of Me” vendría a ser el reverso oscuro de “Keep You On My Side”, el baladón definitivo para contonearse con lágrimas en los ojos mientras te dejas llevar por la repetición somática final de tres frases en eterno retorno (“If I keep you away from the down side of me / You can keep me a trick of the light that you see / I’ll believe that you’re all that you said you would be / If I keep you away from the down side of me“… Y así hasta el infinito y más allá).
Os lo pregunté al principio: ¿qué tipo de respuesta queríais cuando me preguntábais qué tipo de segundo disco es “Every Open Eye“? Ya ha quedado claro que mi respuesta como periodista vale menos que la de la Patiño. Pero si queréis una respuesta sincera, más de ser humano que de periodista, os lo diré con pocas palabras: esta es la mejor mierda que he comido en mi vida. Y si me ponen un tercer plato, no dudéis que voy a repetir y repetir y repetir…