Robert Eggers es un director de culto gracias a sus dos primeras películas… Así que es necesario preguntar: ¿por qué “El Hombre del Norte” no está a la altura de “The VVitch” y “El Faro”?
Así es la teoría de los autores: intermitente y frágil. Y, en parte, así es por culpa de los cinéfilos. Al fin y al cabo, la magia del cine consiste en que es precisamente el espectador quien da sentido a la película, y eso significa que ese sentido puede tener más que ver con lo que el espectador quiere ver que con lo que el director ha querido hacer realmente. Una nueva película puede forzar a resignificar toda una carrera cinematográfica… para bien o para mal.
Esto es algo que ocurre especialmente con autores noveles. Cuando un realizador tiene pocas películas en su haber, resulta comprensible que el espectador construya sus propias teorías autorales a base de hipótesis más que de hechos. Y, como todo enunciado hipotético, serán futuras investigaciones las que pongan a prueba si la teoría se refuta o pasa a ser dogma.
Todo esto lo digo aquí y ahora porque, básicamente, es lo que tuve que explicarle a un amigo a la salida de “El Hombre del Norte” para explicarle por qué la nueva película de Robert Eggers no solo no está a la altura de sus anteriores “The VVitch” y “El Faro“… Sino que obliga a resignificar aquellas dos cintas y preguntarse si todo lo que quisimos ver en ellas era real o una mera ilusión.
Con esto no pretendo decir que “El Hombre del Norte” sea un film fallido, y mucho menos que sea una mala película. Hay que reconocer que, sobre todo en pantalla grande, resulta prácticamente imposible no vibrar de emoción con las más de dos horas en las que Eggers da forma a la leyenda escandinava medieval en la que (presuntamente) se basó Shakespeare para crear “Hamlet“. Los puntos de contacto entre ambas ficciones son abundantes a la hora de narrar la historia de un príncipe desterrado embarcado en una sangrienta venganza contra su tío, quien asesinó a su padre y se casó con su madre.
Robert Eggers firma una película híper-musculada que flirtea ostentosamente con las formas del blockbuster, algo sumamente ajeno a sus anteriores trabajos. También es fácil entender el por qué de este viraje hacia el maximalismo: después de dos éxitos de autor, resulta francamente difícil decir que no cuando Hollywood te pone sobre el regazo un presupuesto multimillonario que te permite moldear una ficción vikinga que, de alguna forma u otra, aproveche la fiebre que otros ya han sublimado en diferentes artes como la televisión (la serie “Vikingos“, obviamente) o los videojuegos (con “Assassin’s Creed: Valhalla” como cumbre incontestable).
Y, aun así, el arranque de “El Hombre del Norte” resulta francamente esperanzador. Toda la primera escena es un magistral juego de simetrías. La escena se abre con un plano del mar cabalgando por los barcos del rey que regresa a su patria, y se cierra con el príncipe Amleth huyendo por el mismo mar en una solitaria barca. Los planos simétricos se suceden aquí y más adelante, desde la playa desde la que el niño Amleth zarpa hasta el túmulo en el que el Amleth adulto se ha de enfrentar a un morador espectral bajo una luz que parte el plano en dos (y juega un papel especialmente importante). Los juegos de espejos se suceden a lo largo de todo el film, de forma que unas escenas se espejan sobre otras creando una simetría puramente formal (por ejemplo: el niño Amleth huyendo a través de su pueblo en un travelling horizontal espejado sobre un niño anónimo huyendo a través de un pueblo en otro travelling horizontal en el que el Amleth adulto va asesinando a diferentes personas).
Abundan los planos secuencia (¿una forma de constatar la fuerza del destino como un hilo inquebrantable que fluye y que no hay mano humana que sea capaz de interrumpir?) y las composiciones de plano hiper-estilizadas a la búsqueda de la síntesis estética vikinga, desde las hogueras alrededor de la que se formulan rituales de euforia masculina o de dulce apareamiento (imposible no detectar cierta referencialidad al icónico plano final de “The VVitch“) hasta las sangrientas batallas (con especial mención para el duelo final de Amleth con su tío sobre la lava del volcán, donde los cuerpos son tratados con una lateralidad épica que recuerda a los retablos grecorromanos de enfrentamientos entre dioses).
Sin embargo, todos estos logros se quedan en el plano meramente formal. No hay ningún elemento conceptual que sublime la parte conceptual de “El Hombre del Norte“… Y esto es precisamente lo que hace que la nueva película de Robert Eggers palidezca en comparación a sus dos anteriores trabajos. Con ellos comparte el hecho de alimentarse de mitos ancestrales y de ese tipo de arquetipos mitológicos que siempre han servido para trascender su propia representación y dirigirse hacia la lección de vida. “The VVitch” podía entenderse como una historia de brujas, pero realmente hablaba de cómo la feminidad ha sido tradicionalmente castigada para que no se saliera del espacio que el heteropatriarcado le concedía. “El Faro” podía entenderse como un cuento de marineros y sirenas, pero en verdad era un retrato de cómo, al llegar a su máxima expresión, la masculinidad tradicional se resquebraja por completo para dar paso al homoerotismo.
Esta, sin embargo, es mi lectura puramente personal (y altamente subjetiva) de las anteriores cintas de Eggers. Hay muchas otras lecturas posibles, y puede que incluso haya quien prefiera quedarse con la superficie… Incluso en este último caso, son trabajos altamente disfrutables. Al fin y al cabo, una película basada en mitos y arquetipos extremadamente simples se siente más “llena” cuando su forma es humilde. La sensación es como si el director te estuviera diciendo “yo solo estoy haciendo un cuentecito, pero si quieres darle otros sentidos eres totalmente libre de hacerlo“.
“El Hombre del Norte” es el caso contrario. Aquí los mitos y arquetipos, igualmente simples, se usan para articular una trama y una película bigger than life. Y, precisamente por estar sustentada en algo tan sencillo y nimio, acaba sintiéndose particularmente vacía (especialmente unos diálogos en los que hay mucho grito machito pero poco contenido). En esta ocasión, eso como si el director estuviera diciéndote “estoy haciendo una historia que te va a cambiar la vida y va a cambiar la historia del cine, ¿es que no ves todo lo que tiene dentro?“, pero tú no vieras nada. Es como ese chulazo del gimnasio que no puedes evitar mirar y admirar con deseo pero que no es capaz de articular más de dos palabras neandertales… Ese chulazo con el que podrías gozarlo viendo “El Hombre del Norte” pero con el que nunca podrías tener una conversación sobre por qué te gustan “The VVitch” y “El Faro“. [Más información en la web de “El Hombre del Norte”]