“El Parque de la Victoria” es el disco que necesitábamos para acabar bien el año 2020… Y por eso hemos entrevistado en profundidad a Gustavo Redondo.
Hablar con Gustavo Redondo, aunque se encuentre a 600 kilómetros de distancia, supone sentir de cerca la humildad de una persona que tiene los pies en la tierra, la sinceridad de un hombre que no tiene nada que esconder y la pasión de un músico y productor devoto de las raíces tradicionales del pop, pero también inquieto y con un permanente empeño por desafiarse a sí mismo.
Da buena fe de ello su trayectoria en solitario -tras dejar atrás el grupo Los Pedales-, inaugurada con “Vacaciones en el Campo de Batalla” (Retrológico, 2015), un remanso de paz sonoro que transitaba por sendas acústicas y eléctricas bajo una atmósfera emocional y, por momentos, hechizante. Le seguiría el sorprendente “Gigantes & Diminutos” (Retrológico, 2017), una bella colección de piezas instrumentales ensoñadoras.
La manera en que Gustavo saltó entre esos dos trabajos tan diferentes, con absoluta naturalidad, encaja a la perfección con su visión artística: inconformista a la par que meditada, un credo creativo que continuó aplicando a rajatabla para llegar al tercer álbum con su nombre y apellido: “El Parque de la Victoria” (Retrológico, 2020), otro paso más en su mesurado pero sostenido ascenso artístico.
Este disco parece una especie de regreso al sonido pop de tu debut a solas, “Vacaciones en el Campo de Batalla”… Sí, por supuesto. Es más, aparte de en “Vacaciones en el Campo de Batalla”, me he basado un poco en los esquemas del primer disco de mi primera banda, Los Pedales, que era también un proyecto personal porque lo componíamos mi hermano y yo. Cuando grabé “Vacaciones en el Campo de Batalla” me obsesionaba que se notara bastante el cambio con respecto a Los Pedales, por eso metí guiños instrumentales o sintetizadores, que estaban prohibidos en mi anterior grupo. Luego, “Gigantes & Diminutos” fue un capricho que me permití. “El Parque de la Victoria” refleja lo que mejor sé hacer de la mejor forma posible: coger las típicas canciones pop, que es mi zona de confort, pero dando muchas vueltas a las letras para sacar lo mejor de mí. Y, después, también muy importante como productor, conseguir un sonido súper-fino para que las canciones funcionaran por su calidad. En ellas hay muchas capas, pero no estorban. Como los discos de los Beatles de su última época, en los que parece que hay muchas cosas agolpadas, pero no, van sucediendo una detrás de otra, no suenan todas a la vez. Así que, sí, ha sido un retorno total al pop, como si me hubiera puesto en situación de nuevo y me hubiera reseteado. Hacía diez años de la salida del primer disco de Los Pedales y supuso volver a los inicios de los inicios.
¿Cómo se desarrolló esa transición? Destaco más el salto del pop de “Vacaciones en el Campo de Batalla” al LP instrumental, fue mayor que el de “Gigantes y Diminutos” a “El Parque de la Victoria”, un regreso a casa. Para mí el disco instrumental, como he dicho, fue un capricho porque me apetecía mucho componer una especie de banda sonora, construir la mía propia. Pero el paso del instrumental al pop no ha sido por nada en concreto, sino por volver a lo natural. “El Parque de la Victoria” es el disco que más me puede representar. De hecho, es el que más me va a representar toda mi vida.
¿De dónde procede tu meticulosidad a la hora de componer y materializar tus canciones? He tenido momentos menos perfeccionistas, en los que daba prioridad a ser más visceral. Pero con “El Parque de la Victoria” deseaba, aunque suene a tópico, cocinar las cosas a fuego lento. En medio del proceso, empecé a tocar con otros artistas y en festivales. Luego volvía al disco, lo abandonaba, después lo retomaba cuando me apetecía… El punto meticuloso lo va conformando la percepción que se tenga del tiempo. Me dije: “Estoy haciendo un disco pop y, si me lo planteo, se puede hacer muy rápido. Sota, caballo y rey”. Pero, si eres meticuloso, es posible rascar mucho más. Te das cuenta de que el pop puede ser realmente infinito.
El ideario artístico de Gustavo se relaciona directamente con su propia visión de la realidad: delicada y sensata, que transmite con una agradecida calma que hace olvidar la tensión y el caos reinantes desde que, a partir del pasado mes de marzo, el mundo empezara a ponerse del revés. Esos aspectos de su personalidad se vuelcan de un modo transparente a su música. “Creo que lo afirmó Ben Harper, a quien siempre llevo por bandera: ‘tú muestras lo que eres’. Mi música tiene un punto hogareño, pausado y minimalista. Todo parte desde casa, desde un ambiente tranquilo. Y no sé si soy así, pero es cómo intento ser, es como más me encuentro a mí mismo”, confiesa Gustavo.
Pero tus canciones no sólo irradian tranquilidad, sino que también plasman la honestidad de su autor. Esa es una de mis motivacione,, antes que intentar seguir alguna moda o alguna fórmula que funcione mejor aunque no tenga nada que ver conmigo. Estoy a gusto con mi vida y no quiero ser musicalmente de una forma que realmente no soy. Lo mejor que puedo hacer con mi música es ser honesto conmigo mismo.
¿Buscas interpelar directamente al oyente en tus canciones para invitarlo a entrar a tu galaxia privada? Soy un libro abierto. Muchas veces, hablando conmigo diez minutos, ya me conoces, no sé ser de otra manera. Si me escuchan, si rascam un poco en mis canciones, los oyentes me van a conocer bastante.
Es decir, sin dar detalles muy profundos, pero sí los suficientes para que se sepa quién eres de verdad. Sí. Como melómano, es bonito imaginarse la personalidad de los artistas a través de sus canciones, y que estas sugieran cómo pueden ser esas personas.
En “El Parque de la Victoria” siguen presentes elementos universales de tus anteriores álbumes como los sentimientos, la melancolía, la nostalgia… Sin embargo, ese espectro se enfoca hacia el presente. De hecho, da la sensación de que aquí te centras más en el presente que en el pasado. He ido dando pasos a nivel personal y de aprendizaje. Llegada cierta edad, restas importancia a todo o casi todo. Es positivo aprender a filtrar qué es importante y qué no. En mi caso, me he pasado mucho tiempo dramatizando cosas innecesarias y preocupándome de asuntos que nunca me habían ocurrido. En este disco me centré más en el presente, en lo que estoy viviendo y, sobre todo, en quitar importancia a determinadas cuestiones, a pesar de que siga teniendo otras preocupaciones. Me he dado cuenta de que me había pasado dos décadas dando vueltas a temas que no me habían sucedido. Y me dije: “Si me pasan, ya me preocuparé”.
A la vez, reservaste un hueco en este LP para el optimismo, tan necesario dados los duros tiempos que estamos viviendo. Cuando elegí el título de “El Parque de la Victoria” tenía un 60-70% del disco compuesto y me hallaba en una situación súper-optimista. Posteriormente, como el tiempo fue transcurriendo, según los momentos vividos, de repente mi ánimo podía bajar o subir, se iba equilibrando o desequilibrando. Pero, sí, el disco tiene tramos bastante optimistas. En otros casos, como con Los Pedales, cuando me mostraba optimista era mentira, porque componíamos desde el punto de vista de meros observadores. Antes era optimista de una manera, por así decirlo, artificial; ahora lo soy de verdad. Una parte del disco tiene un punto incluso naif, algo que siempre viene bien.
Tus canciones también poseen efectos reconfortantes. ¿Los buscas premeditadamente o te salen con naturalidad? Hago música porque me toca la fibra como ninguna otra cosa. Por ejemplo, cuando vi la película “Yesterday”, escuchaba las canciones de los Beatles -que será mi banda favorita toda mi vida- y pensaba que eran medicina. Lo más maravilloso que puede ofrecer la música es escuchar una canción y comprobar cómo te alivia. Si mis canciones tienen un efecto terapéutico es una gran recompensa a todo el trabajo que realizo, aunque no me lo planteo como si siguiera una receta. Como veo la música de esa forma, al final me acaba saliendo. Si termina siendo terapéutico para la gente, genial. No lo hago adrede con ese afán, pero sí con ese fin.
¿Cómo se evade alguien con tu sensibilidad de los trastornos de la convulsa etapa que sufrimos desde hace unos meses? Considero que estoy muy bien acompañado, lo que hace que todo sea bastante más llevadero. Estoy en un momento muy bueno en ese sentido. Es mejor estar bien acompañado en una época mala que muy mal acompañado en una normal. Sin embargo, siempre vamos a notar la incertidumbre y hay que intentar que no sea así. No sé dónde escuché un día o leí en Twitter, quizá de parte de Víctor Cabezuelo, algo así como que es maravilloso salir del mundo para meterse a grabar un disco, que es como meterse en otro mundo.
El remate final de “El Parque de la Victoria” coincidió con el largo confinamiento de la primavera provocado por el coronavirus, ¿verdad? Sí. Nunca me imaginé que fuera a hacer un disco sin el ansia de terminarlo. Como tengo el estudio en casa es muy fácil querer acabar un disco cuanto antes. Pero con “El Parque de la Victoria” no fue así. Creo que empecé en marzo de 2018 a grabar las bases y, cuando llegó el confinamiento, ya lo tenía prácticamente terminado. Parte de aquel encierro lo invertí en dar una tercera vuelta a las mezclas, algo que fue clave en el resultado final del disco, porque iba tendiendo al minimalismo, a ir cortando, eliminando y modificando cosas.
Puede que la parsimonia que Gustavo imprime al ritmo de su vida provenga del lugar en que nació, Pedro Bernardo, un pueblo del área rural de Ávila cuya esencia corre aún por sus venas a pesar de residir actualmente en la agitada Madrid. “La procedencia de cada uno siempre influye. Mi proceso creativo se acerca más al de un pintor o un escritor, que están solos ante sus obras. En Pedro Bernardo veo un valle y kilómetros de horizonte desde mi terraza, los montes de Toledo, unas vistas espectaculares. Es una influencia importante, tanto a nivel creativo como a nivel personal. Me crié en un pueblo muy pequeño, con lo que tengo un concepto de las cosas absolutamente distinto que cualquiera que haya nacido en una gran ciudad. Soy urbanita, pero tengo unos valores totalmente diferentes. Mi música es cómo es gracias a la forma en que me he forjado desde niño”.
En aquel plácido y bello paraje abulense igualmente se cimentó la educación musical de Gustavo, quien colocó a The Beatles -ya ha quedado claro unas líneas más arriba- en su pedestal particular, una referencia totémica que le condujo a seguir su rastro con más ahínco que nunca en la confección de “El Parque de la Victoria”. Así lo reconoce él mismo: “Los Beatles siempre van a ser la base, como el sofrito. Luego hay cosas que van cambiando. He aprendido mucho de la vertiente instrumental, de los compositores escandinavos, estilo Ólafur Arnalds; alemanes, como Nils Frahm; o americanos, como Dustin O’Halloran. Por otra parte, en este disco hay guiños a otros músicos que me gustan como Sufjan Stevens, Damien Jurado o Andrew Bird; a los típicos como Nick Drake y similares; al soul de toda la vida; y a las producciones de Phil Spector al George Harrison de principios de los 70, con el que parecía que las canciones flotaban”.
Este torrente de influencias deja entrever que “El Parque de la Victoria” rezuma clasicismo por todos sus poros. De hecho, el álbum fue registrado con instrumentos originales de décadas pretéritas. “La mayoría de mi equipo es antiguo. Aunque al final todo acaba pasando por un ordenador, la mayor parte de los instrumentos son vintage y tienen ese granillo, esos ingredientes que hacen que suenen así”, explica Gustavo para constatar una de las principales virtudes de “El Parque de la Victoria”: su apariencia analógica y orgánica, como perteneciente a otra época, cuando la música no recurría a imposturas ni a fuegos de artificio.
El sonido esmerado de “El Parque de la Victoria” se deriva del constante esfuerzo de Gustavo Redondo por envolver sus melodías con los ropajes más relucientes. De hecho, así se define el álbum, gracias a la lustrosa pátina que recubre “Tierra a la Vista”, la refinada pulcritud de “El Cielo Invisible”, el ritmo exultante de “Dualidad” (el corte más ágil del lote), los deliciosos adornos de “Fila India”, la traviesa efusividad de “Memoria” o los marcados aires brit-pop de “Los Misterios de Interior” (toda una declaración de principios).
Uno de los aspectos que caracteriza a “El Parque de la Victoria” es su producción. Se advierte una gran riqueza de arreglos, entre los que priman los vientos y los metales. La forma de vestir las canciones es lo que más me motiva. Introducir esos vientos y metales partió de una mezcla de capricho y de necesidad de la propia producción. Como yo mismo me encargué de esa tarea, pude permitirme el capricho que me diera la gana. La cuestión de los metales provenía de una serie de cuentas pendientes y del hecho de que las canciones lo pedían. Quería homenajear a discos que me encantan como “Lady Soul” de Aretha Franklin, los de la Motown o los primeros de Stevie Wonder. Ese soul para mí tiene la misma importancia que el pop.
¿Qué es más importante para ti: la melodía o la letra? Es muy difícil… Parece sencillo, pero no lo es para nada. La melodía, al final, es lo que nos va a arrastrar a tararear la canción tenga la letra que tenga. Luego está la letra, a la que en este disco he dado mucha importancia. Todo lo que está escrito en “El Parque de la Victoria” no es nada de relleno y todo tiene su razón. Lo que he hecho como novedad es que las canciones se han adaptado a mí. Me he dado cuenta, después de tantos años, de que si era yo el que se adaptaba a las canciones, estas salían peor. Este enfoque es más para intérpretes, para Calamaro, Iván Ferreiro o Frank Sinatra: da igual qué canten, lo van a hacer de puta madre. Yo, desgraciadamente, no soy así, tampoco canto como Eddie Vedder.
Si hubiera que resaltar una pieza del LP, esa sería “Asertivo”, que se encuentra agazapada hacia el final del tracklist para brillar en todo su esplendor como un pequeño gran himno pop atemporal. “Es el mejor ejemplo oculto del significado del álbum”, afirma Gustavo entre risas. Y no solo eso: quizá sea el corte de “El Parque de la Victoria” que suene más grande. “Terminé muy contento con ella. Es la típica canción con la que, por momentos, dudas. Pero luego te das cuenta de lo bien que ha quedado. Lo curioso es que yo me encargué de todos los instrumentos, el único que colaboró fue Javi [Skank], el batería”.
A pesar de que el LP viene acreditado bajo la firma de Gustavo Redondo y de que él mismo, como ha explicado, se ocupó de la producción -como en sus anteriores trabajos- y de buena parte de la instrumentación, una rutilante lista de colaboradores ayudaron a moldear sus canciones: además del mencionado Javi Skunk a las baquetas, Gabri Casanova (piano Wurlitzer), Helena Poza y Nat Simons (coros), Martín García (saxo) y Josué García (trompeta).
Por tanto, “El Parque de la Victoria” maduró como un disco colectivo que iba creciendo con cada aportación, lo que demuestra la capacidad de Gustavo para absorber ideas ajenas y trasladarlas a su discurso personal. “En mis dos primeros discos grabé yo absolutamente todo. Sin embargo, en “El Parque de la Victoria” me he ocupado del 70% de lo que se escucha (bajos, guitarras, teclados, coros, percusiones…). Cada vez que entraba un músico (de los mejores que conozco) era bestial. En un día podían cambiar bastante el curso de los acontecimientos”. Y prosigue Gustavo: “También me interesaba mucho introducir voces folkies, femeninas y aterciopeladas, algo que logré con Nat Simons y su hermana Helena, que fueron clave. Era yo el que debía decidir que todo quedara de una manera determinada, pero cuando conseguía que alguna de las personas que buscaba apareciera en el disco me iba súper-contento a casa. Ha sido muy emocionante trabajar con esta gente”.
Comprobado lo bien que funcionó ese trabajo coral, ¿hubo alguna canción cuyo resultado final, en comparación con tu propósito inicial, te sorprendiera gracias a esas intervenciones? Sí, justamente. Es la droga de todos estos procesos, ese factor sorpresa durante los actos de creación en los que dices: “Cómo está quedando esto, lo tenía claro, pero no era capaz de imaginármelo así”. Desde que Javi grabó las baterías, todo empezó a ser sorprendente. Como comenzó al máximo nivel musical, me he exigido muchísimo más. Luego, Gabri Casanova introdujo algunos arreglos como el piano y el vibráfono de “El Parque de la Victoria” o el clavinet de “Los Misterios de Interior”. A la vez, la sección de vientos fue increíble; y lo mismo sucedió con Nat y Helena.
Es decir, que te dejaste llevar totalmente por lo que pudiera surgir de esas sinergias… En realidad fue una combinación de situaciones. Lo tenía muy encorsetado, pero todos participaron. Llegaba y decía: “Quiero esto aquí y así”, pero después había que hacerlo y en el 80% de los casos se superaron las expectativas. No solo consiste en materializar una idea, sino también en superarla. Esta es la gran diferencia de este disco: me he rodeado de la mejor gente, que ha sido de gran ayuda.
He aquí el gran triunfo de la labor de Gustavo Redondo y compañía en “El Parque de la Victoria”. ¿Es posible que, precisamente, el título del álbum se conecte de algún modo con ese éxito compartido? No, su origen tiene un cariz más realista… porque ese lugar existe. Al menos eso cree Gustavo: “Produje el EP de una banda cuyo batería estaba como una cabra. El tío hablaba sin filtro y sin parar. Le tenía cariño pero me desquiciaba y, de repente, mencionó el ‘parque de la victoria’. Había hecho una canción dedicada a los niños de Jaén (creo que él era de allí), inspirada en un parque que se llamaba así. Y a mí me flipó. En aquel momento tenía como tres o cuatro temas hechos y pensé: ‘tengo el título aquí’. Se lo comenté, además. Esto ocurrió un año antes de comenzar a grabar el disco y sin terminar de componerlo. Otra curiosidad: el título estaba decidido, pero la canción de idéntico nombre fue la última que compuse del disco, a partir justamente de ese título”. De esa manera, Gustavo Redondo cerraba el ciclo de la construcción de “El Parque de la Victoria”.
¿Qué puede pasar ahora con el álbum, dada la incierta situación que está atravesando la industria musical? Desde hace muchos años, soy un músico que se centra en la creatividad y en lo que esta me aporta. Al venir de una banda que intentó dejarse la vida para que el proyecto funcionara, empecé a valorar la realidad de las cosas y a hacer lo que más me beneficiaba a mí, que es componer canciones y grabarlas como método de alivio durante una temporada, para que me quiten de un mal momento o plasmen uno bueno. Se trata de disfrutar del proceso. En cuanto al directo, no tenía nada planeado. Quizá peque de poco ambicioso, porque muchas veces digo: “Me meto una currada y tampoco me estoy machacando para que esto lo escuche la mayor cantidad de gente posible”. Sí que es verdad que con “El Parque de la Victoria” estoy notando una ligera diferencia, ha tenido una mejor acogida. Más que con los objetivos, me quedo con los momentos de cada etapa. Es lo más bonito y es lo que más disfruto. Soy músico porque es mi pasión, y tengo la eterna sensación de que todo el esfuerzo que realizo no me lo va a devolver nadie. Pero también me doy cuenta de que tampoco me lo debe devolver nadie. Me lo paso muy bien y me estoy haciendo a mí mismo. Todo lo que llegue extra, bienvenido sea. [FOTOS: Marina Neira] [Más información en el Bandcamp de Gustavo Redondo]