AGRICULTURA LIVRE / Emilio José [82%]. Quins es una pequeña parroquia del también pequeño municipio ourensano de Melón. Pero para Emilio José es una atalaya de altura galáctica desde la que observar su lugar natal, Galicia y el resto del planeta Tierra y a partir de la que crear su particular cosmogonía lírica y sonora que se mueve en constante expansión. Sólo dentro de esos parámetros ilimitados se puede comprender su audacia para elevar la apuesta doble del gran “Chorando Apréndese” (Foehn, 2009) a la triple del mastodóntico “Agricultura Livre” (Foehn, 2015): 52 canciones, aproximadamente cuatro horas de duración total. Pero aquí la cantidad no es el elemento primordial, sino la calidad, que no deja de asomar en un repertorio que corría el peligro de plegarse sobre sí mismo dadas sus dimensiones.
Emilio José, sin embargo, alejado -en la medida de lo posible- en su reducto vital de las fauces de la existencia capitalista y posmoderna y convertido en un Brian Wilson silvestre que no pasea por una soleada playa sino entre pinos, toxos y flores en pelota picada, ejecuta con una facilidad pasmosa en tres amplios movimientos su epopeya ourensana basada en un localismo que trata temáticas universales (defensa del mundo natural, odas a la libertad, cantos críticos contra la decadencia política actual -especialmente la galaica-, peculiares arrebatos de amor y chascarrillos a propósito de determinadas figuras contemporáneas) para, justamente, proteger lo que tiene más próximo de los efectos globalizadores.
De dentro hacia fuera. Esa es la dirección que sigue Emilio José para explayarse a gusto y expresar sin complejos ese concepto del que tanto se habla hoy en día: la plurinacionalidad.
De dentro hacia fuera. Esa es la dirección que sigue Emilio José para explayarse a gusto y expresar sin complejos ese concepto del que tanto se habla hoy en día: la plurinacionalidad, reflejada en los títulos de varias canciones (plasmados en chino, persa y árabe; o mediante símbolos y pictogramas) y la lengua utilizada (gallego con ribetes lusistas). A partir de esa base, Emilio José hace gala de una diversidad estilística que abruma: pop (clásico –“Hoje / Tu e Eu”-, indie –“Sexo, Ecologia, Espiritualidade”, “Amoras Pretas”– o introspectivo –“Estação”-), pseudo-canción ligera (“Yí”, “Nhk”), bossanova (“(Ryanair)”), tropicalia (“Kim Kardashian”), punk rural (“Tsunami”), hip-hop (“Xero (Cocaína)”, “Alohanet”), psicodelia (“Capitalismo Verde”), jazz (“Cidade”), electrónica atmosférica (“Meninos”), EDM rústico (“Kawasan Industri”), R&B auto-tuneado (“WhatsApp”)… Cualquier género y subgénero, pasado por su rico filtro (en él brillan pianos, sintetizadores, metales, riffs guitarreros y orquestaciones domésticas), tienen cabida en “Agricultura Livre”, que, al contrario de lo imaginado, se muestra como una obra cohesionada: no importa que se escuche del principio al final y viceversa o en modo aleatorio.
Fruto de su desbordante capacidad inventiva -reforzada por su forma de cantar, despreocupada e incluso desafinada y fuera de onda-, en “Agricultura Livre” emergen tanto dulces miniaturas de medio o poco más de un minuto como odiseas de más de un cuarto de hora (“♥ (1)”, por ejemplo, es una especie de conjunto de medleys de greatest hits sólo posibles en un universo paralelo) en las que se condensa la enciclopedia musical que Emilio José guarda en una lámpara de genio que frota sólo cuando lo desea estimulado por una inspiración infinita. Tanta como la bendita locura que este peculiar hombre orquesta transmite desde Quins para el mundo. [Jose A. Martínez]
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TECHNICOLOR DAYDREAM / Etch [76%]. La electrónica no es ajena a los hypes, ni mucho menos. De la misma manera que ocurre en muchas otras áreas de la música, en la electrónica también hay tendencias que, cada vez con más frecuencia y gracias a las facilidades de la era de la hiper-tecnificación, son reproducidas por los recién llegados con un sorprendente nivel de mímesis que lo único que hace es decir a voces: «¡Hey! ¡Miradme! ¡Aquí estoy! ¡Estoy haciendo lo que se lleva ahora y molo lo más grande!«. Por eso mismo se agradece cuando a alguien, simple y llanamente, se la pelan los hypes y las tendencias.
Me estoy refiriendo a esas raras avis que, al fin y al cabo, hacen lo que les da la gana, lo que les sale de dentro, sin necesidad de mirar qué sonido se lleva en el momento ni nada parecido. No me cabe la menor duda de que en esta estirpe de artista está Zak Brashill, el productor británico conocido bajo el nombre de Etch que acaba de publicar un EP en la santa casa Lapsus en el que, básicamente, hace lo que le rota. También habrá que reconocer aquí y ahora que, igual que un niño desarrolla su creatividad o no dependiendo la casa en la que crezca, publicar en un sello como Lapsus implica una cosa bien clara: libertad absoluta para explorar la sensibilidad propia sin necesidad de mirarse en espejos ajenos.
Lo primero que impacta en «Technicolor Daydream» es, sin lugar a dudas, la presencia de un jungle y un drum’n’bass que remiten inmediatamente hacia varias décadas atrás.
De esta forma, «Technicolor Daydream» (Lapsus, 2016) recoge un total de cinco temas en los que lo primero que impacta es, sin lugar a dudas, la presencia de un jungle y un drum’n’bass que remiten inmediatamente hacia varias décadas atrás. Etch, sin embargo, consigue liberarse del vintagismo gratuito deconstruyendo el género y volviéndolo a ensamblar substituyendo algunas de sus partes por recambios de nuevo siglo. En los temas de «Technicolor Daydream» se filtran nuevas sonoridades bañadas en ácido, breaks imprevistos y estimulantes y un gusto por lo espacial no entendido como cósmico, sino más bien como puramente alienígena.
A pocos días de su lanzamiento, «Technicolor Daydream» ya ha seducido a grandes popes como Carl Craig, Gorgon City, Moxie o Synkro, que no han dudado ni un instante a la hora de declarar en público su rendición ante los fascinantes paisajes mentales, fractales y musicales de «Technicolor Daydream«. Pero esto, al fin y al cabo, no significa nada: la verdadera revolución empezará cuando dejes que la música de Etch se instale dentro de ti. Ya verás lo que se siente. [Raül De Tena]
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LONG LIVE DEATH! DOWN WITH INTELLIGENCE! / The Suicide Of Western Culture [74%]. La conclusión que, en su día, extraíamos del anterior disco de The Suicide Of Western Culture, “Hope Only Brings Pain” (Irregular, 2012), afirmaba que contenía la banda sonora adecuada para bailar entre las ruinas de la era contemporánea… Aunque la sentencia parece más apropiada para aplicar en un futuro quizá lejano, la verdad es que en nuestro presente existen motivos suficientes para pensar que ya estamos danzando entre los pedazos que van cayendo a nuestro alrededor a raíz de la progresiva decadencia de la sociedad actual.
En medio de tal decorado, la pareja barcelonesa ha vuelto para entregar su tercer disco, “Long Live Death! Down With Intelligence!” (El Segell del Primavera, 2015). Un trabajo que, de entrada, ayuda a musicar escenas grisáceas que, llevadas al extremo, adquieren tintes (post)apocalípticos. Así lo sugiere su terna inicial: “Amor de Madre” (su feedback electrónico y sus sintetizadores desarrollados en espirales progresivas crean un inquietante entorno opresivo), “Dysplasia” (sus notas de piano dan la sensación de anunciar la llegada de una amenaza fantasmal) y “Beware Of The Fifth Column” (la voz de Louise Samson de Anímic altera el acostumbrado cariz instrumental de las piezas del dúo bajo un ambiente noctívago sci-fi).
«Long Live Death! Down With Intelligence!», de entrada, ayuda a musicar escenas grisáceas que, llevadas al extremo, adquieren tintes (post)apocalípticos.
Pero The Suicide Of Western Culture varían ese previsible (aunque igualmente magnético) molde argumental de “Long Live Death! Down With Intelligence!” ampliando su base estilística hasta rebajar, en mayor y menor medida, el tono angustioso de sus composiciones. Si en sus dos anteriores álbumes los barceloneses se sumergían de lleno en una electrónica maquinal y espartana, en este caso recurren a potentes beats percusivos de raíz noventera (la ya conocida “Still Breathing But Already Dead” recuerda a los The Prodigy de la época) y a una reformulación industrial del electropop (“Drugs Bring Me Closer To You”) y del pop sintético (“Return To My Parents’ Hometown In Andalucia”) para abrir una brecha por la que entre un rayo de luz. Incluso los pasajes más atmosféricos (“You Can Change Anything But Your Mother And Your Football Team” y “Headless Saints”) acaban iluminando su aura épica.
Tirando de este hilo radiante se llega al cierre del disco con la rotunda “La Muerte no es el Final” (con trompeta de Pau –Za!– incluida), de título tan elocuente que obliga a preguntarse: ¿será posible, llegado el momento, superar las consecuencias de la degeneración colectiva? Si algún día hallamos la respuesta, sin duda sonará de fondo “Long Live Death! Down With Intelligence!”. [Jose A. Martínez]
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