Aquí van tres claves para entender mejor “El Mal No Existe”, la nueva y fascinante película de Ryusuke Hamaguchi que sorprende con un final misterioso y enigmático.
Cuando se estrenó “Drive My Car“, se sumaron tres factores que podían dificultar la comprensión plena del film de Ryusuke Hamaguchi: su metraje maximalista (¡3 horas!), su apuesta por la anti-narrativa y un temperamento japonés tendente hacia el estoicismo emocional y la contención dramática. Pero una cosa quedó clara respecto a este realizador: su carrera es un ejercicio de mutación constante que, pese a mudar de cuerpo, siempre mantiene un mismo corazón. Esa sensación queda más clara que nunca con el estreno de “El Mal No Existe“.
Porque el drama sosegado de “Drive My Car” sorprendió a los que esperaban que Hamaguchi repitiera los cuentos rohmerianos divertidos y chispeantes de su anterior película, “La Ruleta de la Fortuna y la Fantasía“. Y, rizando el rizo, Ryusuke ha vuelto a sorprender a los que esperaban una extensión o aliteración de los logros de “Drive My Car” en su nueva “El Mal No Existe“, que es más bien una reflexión introspectiva y misteriosa sobre el equilibrio entre la relación del ser humano con la naturaleza. O, más bien, al revés: es una reflexión sobre el equilibrio de la (no) relación de la naturaleza con el ser humano.
Existe la tentación de afirmar que “El Mal No Existe” va de un hombre llamado Takumi que vive con su hija Hana (nombre para nada casual, ya que en japonés significa “flor”) en un bosque cerca de Tokyo en el que la típica corporación capitalista quiere construir un glamping que alteraría por completo el ecosistema. Takumi es aquí representación y sinécdoque de la comunidad que se resiste al proyecto y, a la vez, un hombre cualquiera intentando superar la muerte de su pareja y criar a su hija lo mejor que sabe, que es de forma totalmente apegada a una naturaleza que, como buena flor que es, Hana adora.
Pero es que resulta que, a la hora de la verdad, “El Mal No Existe” iría de esto si fuera una película narrada desde el punto de vista androcéntrico… Y no lo es. El de Ryusuke Hamaguchi es un film explicado (y no narrado) desde el punto de vista de la naturaleza. Pero vayamos por partes y empecemos por el principio, que no es otra cosa que el film “Gift“.
En este artículo…
¿Qué es “Gift” de Ryusuke Hamaguchi?
La existencia de “El Mal No Existe” está ligada a otra producción de Ryusuke Hamaguchi titulada “Gift“. De hecho, sería correcto afirmar que, sin “Gift“, “El Mal No Existe” no existiría. Al fin y al cabo, todo empezó cuando la artista Eiko Ishibashi, la compositora de la banda sonora de “Drive My Car“, pidió al director que creara una película de entre 75 y 90 minutos que sirviera de acompañamiento visual para un espectáculo titulado “Gift“.
Hamaguchi se puso manos a la obra y empezó a rodar imágenes contemplativas en el bosque cercano al pueblecito de Mizubiki, en las cercanías de Tokyo (de ahí que, en ciertos momentos, podamos contemplar el imponente Monte Fuji nevado). Lo siguiente fue rodar a personas en ese entorno y, en este punto, le sobrevino la idea que sería el germen de “El Mal No Existe“. Una vez con el guion en mano, el realizador comentó con Ishibashi la opción de rodar en paralelo la película que tenía en mente. La artista aceptó… y el resto es historia.
El mismo Ryusuke Hamaguchi ha explicado en diversas entrevistas que el rodaje de ambos proyectos estuvo tan entrelazado que muchas de las imágenes grabadas no sabía en cuál de las dos cintas acabaría. Lo decidió en la mesa de montaje. Esto ofrece valiosas pistas sobre la intención del realizador de armar un film no desde la narración, sino desde el paisaje. O dicho de otra forma: no desde el punto de vista humano, sino desde el punto de vista de la naturaleza.
Sea como sea, hay que reconocer que estaría realmente bien poder ver “Gift” para entender completamente “El Mal No Existe“. El problema es que esta pieza se ha podido ver en contadas ocasiones (se estrenó en 2023 en el Festival de Gante y ha sido exhibida a principios de este mes de mayo en el Lincoln Center de Nueva York) y que no tiene previsto ningún tipo de aterrizaje en nuestro país.
¿Conclusión? Tendremos que juzgar “El Mal No Existe” basándonos en lo que sí que hemos podido ver en nuestro país, que no es más que el propio film de Hamaguchi en sus 106 minutos de total esplendor.
El mal no existe vs. El mal sí existe
Más arriba he afirmado que este es “un film explicado (y no narrado) desde el punto de vista de la naturaleza“. Y hay que comprender el alcance de esta percepción para entender “El Mal No Existe” en su total extensión y, sobre todo, en su enigmático final.
Existen diferentes planos de la película que han sido ampliamente comentados desde la crítica. Para empezar, en un film tendente hacia la horizontalidad paisajística, destacan tres travellings en plano nadir (es decir, desde el suelo y con la cámara mirando hacia el cielo) en los que se invita al espectador a avanzar a través de un bosque. Lo único que se observa es la bóveda natural formada por las ramas esqueléticas del invierno y cómo estas van creando patrones abstractos con un cielo de azul apagado. Esta secuencia se repite tres veces en la película, y destaca sobre todo el hecho de que es la secuencia que abre y cierra el film.
A mi entender, además, también hay otra cosa que destaca: por mucho que, como espectadores, queramos pensar que estos planos se corresponden al deambular primero de Hana y después de Takumi a través del bosque, hay que reconocer que absolutamente nadie avanza a través de la naturaleza mirando hacia arriba. Lo que significa que la cámara no te pone en los ojos de los protagonistas. El punto de vista no es humano. Está deshumanizado o, más bien, naturalizado.
Esto se repite con los planos en los que Takumi conduce de un lado para otro en el pueblo o en el bosque y Hamaguchi sitúa la cámara en el cristal trasero del coche. Teniendo en cuenta que todos los asientos de un vehículo miran hacia adelante y no hacia atrás, de nuevo encontramos que el director prioriza un punto de vista no humano y desprecia por completo la narratividad que podría derivarse de la decisión de situar la cámara mirando hacia adelante. Más todavía en un momento como este, en el que el padre está buscando a la hija perdida y el espectador agradecería ese plus de humanidad.
La conclusión es evidente y se refuerza con la anti-narratividad de un relato que se filtra en múltiples planos cuyo sentido está en la belleza del paisaje y no en una historia que siempre ocurre en la distancia. “El Mal No Existe” no es una película sobre Takumi y Hana, y el propio título así lo prueba: es un film sobre que, en la naturaleza, el mal no existe. Y eso es algo que acaba de reafirmarse con la forma en la que Ryusuke Hamaguchi utiliza la banda sonora de Eiko Ishibashi, que consiste en una única pieza clásica que se repite en contadas ocasiones y que se alarga en algunos ejercicios atonales.
Lo interesante aquí es que, justo cuando el espectador cree que el director está usando la banda sonora para subrayar una emoción (drama, melancolía, tensión e incluso horror), la pista de sonido se quiebra de forma abrupta y te enfrenta cara a cara con el silencio de la naturaleza. De nuevo, Hamaguchi señala que esas emociones (ese drama, esa melancolía, esa tensión e incluso ese horror) no existen per sé en la naturaleza, sino que las añadimos los humanos a través de nuestro ojo o, en este caso, a través de la artificiosidad cinematográfica.
La naturaleza no entiende de emociones y, repito, como dice el título del film, el mal no existe en la naturaleza. Porque, igual que ocurre con las emociones, el mal es un concepto moral y la moral es una creación puramente humana. Esta es la enseñanza que hay que interiorizar para entender el impactante final de “El Mal No Existe“.
La explicación del final de “El Mal No Existe”
Empecemos con una pregunta: si el mal no existe en la naturaleza, ¿qué es lo que existe? La respuesta está en el diálogo que se abre entre los habitantes del pueblo y los responsables del proyecto de glamping. Del lado del pueblo, hay dos conceptos que se ponen sobre la mesa y que no podrían ser más urgentes: por un lado, la clave para convivir con la naturaleza está en no alterar un equilibrio en el que todas las partes son piezas minúsculas que forman parte un complejo pero sabio engranaje; y, por otro lado, el agua siempre fluye hacia abajo.
Esto último puede parecer una perugrollada, pero hay que tener en cuenta que, tal y como se nos señala varias veces en “El Mal No Existe“, el agua es el bien más preciado del pueblo (algo que ya queda claro en las primeras secuencias con Takumi llenando garrafas de agua en el río para que un amigo cocine con ella en su restaurante, lo que proyecta no solo un sentido de equilibrio, sino también un sentido de comunidad). Este orden de las cosas de arriba a abajo como imperativo de responsabilidad es, al final de todo, la principal regla del equilibrio con el que se rige la naturaleza.
Dicho esto, sorprende que, de repente, Hamaguchi decida alejarse del bosque en un interludio en el que los responsables del glamping viven una tensa reunión con el responsable final del proyecto, un señor que les atiende en videoconferencia a través del móvil en su coche y que corta por lo sano porque tiene que atender otras reuniones. Las decisiones en torno a esta nueva construcción, algo que puede alterar para siempre el ecosistema natural, es algo que es despachado por sus responsables asumiendo que, por el bien del negocio, por el bien del capital, el pueblo va a tener que “comerse la mierda” generada por el glamping.
Y es que el agua siempre fluye hacia abajo y, en la naturaleza, eso obliga a sus partes a preservar el equilibrio. Pero el capitalismo también fluye hacia abajo, pero aquí no hay imperativo de responsabilidad ni búsqueda de equilibrio, sino todo lo contrario. Los de arriba toman decisiones y los de abajo sufren. Es más: los de arriba se lucran precisamente conscientes del sufrimiento de los de abajo.
Pero, de nuevo, esta es una percepción moral… y la moral no existe en la naturaleza. En la naturaleza solo existe la causalidad absoluta de un engranaje pensado para preservar el equilibrio. Y aquí llegamos al final de “El Mal No Existe“. La gran pregunta que el espectador suele hacerse al acabar el film es: ¿ha muerto Hana? Y la respuesta es compleja.
Al fin y al cabo, Ryusuke Hamaguchi decide apostar por un final abierto para que cada uno saque sus propias conclusiones. Conclusiones que deberían ser tomadas después de tener en cuenta un par de hechos… Primero, desde el inicio del film, hemos escuchado disparos que Takumi identifica como cazadores matando a ciervos. Segundo, Takumi le explica al portavoz del glamping (que de repente se convierte en aliado de la causa) que los ciervos nunca atacan a humanos y que, de hecho, solo lo hacen si están heridos o si han herido a su cría.
Es este un ejemplo clarísimo de equilibrio en la naturaleza. Esto no es el mal ni el bien: es una causa efecto en la que una causa inusual y evitable (el ciervo es herido) se corresponde con un efecto igualmente inusual e inevitable (el ciervo ataca). Al final de todo, con todos estos conceptos sobre la mesa, llega la escena más enigmática del film: Takumi y el portavoz del glamping, Mayuzumi, encuentran a Hana después de que esta lleve varias horas perdida en el bosque. Ella está frente a un ciervo con su cría, y un plano detalle muestra que el animal ha sido herido con una bala. Probablemente, la bala que hemos escuchado poco antes de que Takumi llegue tarde a recoger a su hija en el colegio.
En una decisión sorprendente, Hamaguchi ignora a Hana y dirige su cámara hacia Takumi, que detiene a Mayuzumi cuando este va a correr hacia la niña y le practica una llave marcial alrededor del cuello con la que le deja inconsciente. De nuevo, esta no es una decisión casual, sino que el director deja en off lo que ocurre entre Hana y el ciervo porque efocarlo sería imponer un juicio moral a algo que forma parte del equilibrio amoral de la naturaleza, donde el mal no existe. Prefiere centrarse, por el contrario, en cómo Takumi intenta impedir que su acompañante intervenga en el equilibrio natural, ya que podría empeorar la situación.
Tras dejar a Mayuzumi inconsciente (luego veremos que se levanta de nuevo, lo que ahuyenta la duda sobre si ha fallecido o no), Takumi recoge del suelo a Hana, que tiene sangre en la nariz… y huye hacia el bosque antes de que la cámara vuelva a mostrarnos la boveda del bosque en un nuevo travelling exacto al de apertura de la película, pero esta vez mientras el cielo se oscurece y se escucha el jadeo del protagonista.
Porque el ciervo, como muchos otros animales pacíficos, solo ataca si está herido o si han herido a su cría. Y, en este caso, Takumi es un animal pacífico cuya cría ha sido herida, lo que justifica tanto el ataque a su acompañante come este huir hacia la espesura del bosque. Alejándose de la humanidad, que es donde el mal sí existe. Alejándose de ese Mayuzumi que, lo quiera o no, es representante del capitalismo salvaje que opera con desdén del equilibrio natural. Y refugiándose en esa naturaleza en la que, ya nos lo ha dicho Ryusuke Hamaguchi en el título de su película, el mal no existe. [Más información en la web de “El Mal No Existe”]