¿Quieres saber cómo fue el concierto en Vigo del 20 Aniversario de “Una Semana en el Motor de Un Autobús” de Los Planetas? Pues fue pura magia ritual.
Los conciertos de la etapa más reciente de Los Planetas se han descrito como ceremonias litúrgicas presididas por la psicodelia jonda y el indie-pop aflamencado que el grupo viene practicando desde la época de “La Leyenda del Espacio” (RCA / Sony BMG, 2007). Por eso no es descabellado observar los directos que componen la gira de celebración del 20 Aniversario de “Una Semana en el Motor de un Autobús” (RCA / BMG, 1998) y que se prolongarán hasta los primeros meses de 2019 como el siguiente paso del proceso: rituales confesionales en los que purgar los pensamientos y sentimientos vinculados al conjunto de canciones más emblemático del grupo.
Ya se sabe: después de la misa, toca cumplir con el acto de contrición. Disculpen que este ateo recurra a la simbología religiosa, pero Los Planetas ya decían hace unos años que volvía el rock mesiánico… “Una Semana en el Motor de un Autobús” encajaría perfectamente en ese metafórico advenimiento por sus connotaciones divinas para muchos seguidores que se introdujeron en su interior, como quedó claro en la cita de los granadinos en Vigo el pasado sábado 24 de noviembre.
Se notaba que la noche tenía tintes de oportunidad única ante la posibilidad de escuchar a Los Planetas fuera de los esquemas estándar. Por ello, el Auditorio Mar de Vigo prácticamente se llenó hasta la última butaca, detrás de la cual un servidor veía desde el gallinero cómo la emoción embargaba la platea desde el mismo instante en que se apagaron las luces y la penumbra invadió el escenario, en acentuado contraste con el famoso alumbrado navideño que el mediático alcalde de la ciudad olívica estaba a punto de encender no muy lejos de allí. No necesitaban más Los Planetas para presentarse en formato especial con el quinteto de cuerda Cosmotrío y el pianista David Montañés como refuerzo de J y Florent. Bueno, en realidad sí que les vino muy bien disponer de los visuales firmados por Francesc Capdevila, MAX, que ilustraban adecuadamente, según códigos planeteros, cada canción interpretada.
Se conocía de sobra que el plan consistiría en repasar íntegramente el repertorio de “Una Semana en el Motor de un Autobús”. Así que el gran interés residía en comprobar cómo los granadinos y sus compañeros ocasionales ejecutarían las maniobras orquestales con las que remodelarían un material considerado, a estas alturas, sagrado. Pero en Vigo no se produjo ninguna herejía, sino una demostración de versatilidad que hizo que el rugido del motor del autobús se suavizara -sin difuminarse, eso sí, ya que J y Florent se encargaron de aplicar alto voltaje eléctrico cuando la situación lo requería- para sentir con mayor fuerza si cabe el impacto de unas letras incorruptibles frente al paso del tiempo.
El trayecto arrancó, lógicamente, con la imbatible tríada “Segundo Premio”–“Desaparecer”–“La Playa”, cuyos catárticos efectos se conservaron intactos entre la bella trama tejida por las notas del piano y las cuerdas. Florent y J acompasaban la armonía, sensibilidad y energía que estas desprendían con los cristalinos acordes de sus guitarras, en varios momentos mezclados con las palmas y los cantos de un público que no se resistía a seguir las piezas de idéntica manera que había hecho tantas veces en la intimidad. En cierto modo, la solemnidad de la velada no invitaba a levantarse del asiento y romper la emotividad que imperaba en el ambiente, aunque en determinadas fases era difícil aguantar. El mejor ejemplo fue “Cumpleaños Total”, en clave juguetona tan efervescente como en versión disco, que ratificó que la relectura orquestal no sólo daba enjundia, sino que también refrescaba el aspecto de “Una Semana en el Motor de un Autobús”.
Como si no hubiesen transcurrido veinte años, un J parco en palabras transmitía el dolor, el deseo vengativo, la resignación, la tristeza y el ánimo de evasión de entonces, con lo que resultaba sencillo pasar de tramos conmovedores que erizaban el vello (como una sentida “Línea 1”) a otros eufóricos o, directamente, narcóticos, como la flotante “Toxicosmos” o la última parada del autobús en esta travesía conmemorativa: “La Copa de Europa”, rematada con un desenlace épico que cerró un exorcismo sonoro tan necesario como obligatorio.
Sin embargo, ese no fue el final. Como en toda fiesta de cumpleaños que se precie, J y Florent querían regalar un par de sorpresas tras soplar las veinte velas: unas maravillosas “David y Claudia” y “De Viaje” que aumentaron el carácter nostálgico de un rito en el que cada individuo pudo remendar sus recuerdos relacionados con “Una Semana en el Motor de un Autobús” guiado por Los Planetas convertidos en una verdadera orquesta química. De hecho, en la inolvidable celebración viguesa lo fueron más que nunca. [Más información en la web de Los Planetas]