El hashtag #DeleteFacebook está pidiendo a los usuarios que borren su cuenta de Facebook tras el escándalo de Cambridge Analytica… Y aquí te damos nuestra opinión al respecto.
A estas horas, seguro que te has topado de alguna forma u otra con el hashtag #DeleteFacebook al que incluso algunas figuras públicas están dando visibilidad en los últimos días… Pero, por si no sabes exactamente de dónde sale este tinglado, empecemos por el principio. Para entender lo de #DeleteFacebook hay que entender antes lo de Cambridge Analytica. Y, de hecho, para entender lo de Cambridge Analytica hay que entender antes las acusaciones que se han vertido contra Facebook por haberse convertido en el trampolín absoluto de las “fake news”.
Antes, sin embargo, viene una guerra de años y años en torno a ese concepto de “privacidad” que siempre había parecido una prioridad para la red social y, sobre todo, para sus usuarios. Y antes de eso estuvo, fundamentalmente, el momento en el que decidiste darle al “OK” después de todo el proceso de creación de tu cuenta de Facebook. Bueno, espera, ¿deberíamos considerar que el principio de toda esta problemática no está ahí, sino que más bien está en el momento pretérito en el que decidiste entrar en internet y empezar a navegar? Porque no me voy a permitir el lujo de hablar de cómo será tu percepción en todo este meollo, pero sí que puedo hablarte sobre cómo es la mía: desde el minuto cero en el que entré en internet, admití que todo lo que hiciera podría ser utilizado en mi contra.
Y así ha sido. El único problema es que todo ha ido escalando de una forma realmente sorprendente. Primero fue algo aparentemente inofensivo e incluso disfrazado de positivo: buscas lavadoras en una web y, de repente, tienes anuncios de lavadoras por todo internet. Decían que era por tu bien, para enseñarte solo cosas que realmente pudieran interesarte. Pero los usuarios no acabaron de comprar la excusa y, desde entonces, todas las web deben tener un desplegable de esos de “si sigues navegando aquí, es que aceptas nuestra política de cookies“. Es decir: si quieres moverte en internet, tragas.
Entonces llegaron las “fake news”. Cualquiera podría pensar que esta polémica es más sencilla de lo que realmente es, ya que bien pudiera parecer que todo se reduce a “somos empresas que nos dedicamos a hacer noticias falsas y a impulsarlas en redes sociales para influir en la opinión pública a base de mentiras”. Pero no. Es mucho más complejo, y ahí es donde (unos meses después de que Apple esquivara esta bala de la “privacidad” que casi le vuela la cabeza) lo de Cambridge Analytica se hace más complejo.
La cosa ha ido tal que así: Cambridge Analytica es una empresa que, del 2013 al 2015, aprovechó un “agujero” en una de las APIs de Facebook (aplicaciones internas que los usuarios usan, por ejemplo, al hacer los tests tipo “¿qué Kardashian eres?” que te piden tus datos de Facebook -o tu consentimiento si ya estás dentro de la red- para acceder) para recopilar información personal de los usuarios e incluso de sus amigos, también de su comportamiento dentro de la red. Todo ello sin el consentimiento de los usuarios, claro. Y, entre los múltiples usos que dieron a esa información “cosechada” de forma fraudulenta, uno de ellos fue cruzar información de los usuarios para generar toda una red de “fake news” que realmente influyeran en ellos y que acabaran favoreciendo la carrera presidencial de Trump.
No es que las “fake news” se creen al tuntún: es que las crean específicamente para ti, para que te toquen la fibra sensible y te lleven hacia un extremo de tu comportamiento. Y si esto es jodido, más jodido todavía es que, desde que todo el escándalo de Cambridge Analytica explotó hace unos días, Mark Zuckerberg está completamente desaparecido. No ha comparecido para tranquilizar a unos usuarios que saben que lo de este escándalo es la punta del iceberg y que, seguramente, todos nuestros datos son usados continuamente con algún que otro propósito en concreto. De hecho, ¿ya hemos olvidado cuando el propio Zuckerberg reconoció abiertamente que Facebook había experimentado con sus usuarios enseñándole más o menos contenidos alegres o tristes para ver si podían influir de forma determinante en su estado de ánimo?
Y ahí estamos: Cambridge Analytica ofreciendo datos escalofriantes, Zuckerberg desaparecido… Y una masa creciente usando el hashtag #DeleteFacebook para dejar claro que ese debería ser el siguiente paso: borrar nuestro Facebook y mostrar intransigencia total ante una empresa que hace lo que le da la gana con nuestra privacidad mientras, de la forma más hipócrita posible, nos dice que nuestra privacidad es su prioridad. La guinda del pastel, por ahora, ha sido que el mismo Brian Acton use este hashtag, aunque ya sabíamos que una de las prioridades del co-fundador de WhatsApp siempre fue la privacidad. Por eso mismo, tras vender su app, no se unió a Facebook, sino que creó un nuevo WhatsApp donde la privacidad presuntamente (y hasta que se demuestre lo contrario) sí que es la prioridad: Signal.
Ahora vuelvo a mí mismo como ejemplo de lo que está ocurriendo: ¿qué hago? ¿Borro mi Facebook o no lo borro? La respuesta corta es: no. Básicamente, si quiero seguir monitorizando de alguna forma u otra la página de Facebook de Fantastic Mag, mi única salida es tener una cuenta personal. Pero, como siempre ocurre en estos casos, existe la respuesta más larga de todas… Que, a la vez, es probablemente la más acertada. A ese respecto, me toca recurrir a la opción que te da Facebook para definir tu estado parejil: es complicado. Muy complicado. Y es que, como decía más arriba, creo que el corazón de este problema no es Cambridge Analytica ni la política de privacidad de Facebook: el corazón de esta problemática somos nosotros y cómo encaramos nuestra experiencia dentro de internet. Aquí tengo que reconocer que, al fin y al cabo, soy una persona que no debe valorar demasiado su propia privacidad: tengo Instagram completamente abierto y, en general, me da igual si un día estoy hablando con un colega de que necesito un jardinero y, a continuación, Facebook solo me enseña anuncios de jardineros.
Me da totalmente igual: hace años que he asumido que, si quieren mis datos, los tendrán. Que, si quieren usar la cámara de mi portátil y poner a un tipo del FBI que escrute absolutamente todo lo que hago, lo van a hacer (y se van a aburrir un cojón). Que, de hecho, si quieren saber qué hago con mi vida, financiarán una investigación para conseguir drones invisibles que nos persigan por casa todo el día y envíen directamente los datos a Mercadona para que nos vendan más pruductos Bosque Verde. (Otra cosa que debemos recordar: el rumor de que el Roomba no solo limpia tu casa, sino que la mapea y luego vende esta información a quien esté interesado.) Y repito: es que me da igual. De alguna forma u otra, hace mucho tiempo que reconocí que internet no es gratis, y que este es el precio que tenemos que pagar a cambio de su uso. No convenir en esta realidad es como querer ser promiscuo y meterse en todas las orgías de la ciudad pretendiendo no pillar ni unas simples ladillas. It’s not gonna happen, cariño.
Así que repito la pregunta: ¿qué hago? ¿Borro mi Facebook o no lo borro? De todo lo dicho se extraerá que, no, no voy a borrar mi Facebook. ¿Que voy a indignarme por el uso de mis datos? Claro. ¿Que voy a luchar para que mi privacidad sea tal y como yo quiero? También. (De hecho, y pese a todo lo que he dicho hasta este punto, cada vez que Facebook me pregunta si quiero confirmarle mi número de teléfono o cada vez que Google me pregunta si puede usar mis datos de geolocalización, recurro al temazo de Meghan Trainor y digo: NO). Pero, sinceramente, proceder a una caza de brujas bajo el lema de #DeleteFacebook en Twitter me parece (siguiendo con el símil de cerdeo) como dejar que alguien te folle a pelo mientras criticas a una tercera persona porque es una cerda y te ha contagiado clamidia. Como diría mi madre, que es una desconfiada acérrima de internet y que -como todas las madres- siempre tiene razón: todo es la misma mierda con diferente collar. Y ya.