Nueva York bulle estos días con su Semana de la Moda. Ni las nieves, ni los aeropuertos cerrados ni la dimisión del Papa han podido evitar que la moda se abra camino y empiecen a definirse cuáles serán las tendencias que veremos y vestiremos (quien pueda) en la próxima temporada de Otoño / Invierno. Y resulta curioso que, entre todos los rutilantes nombres que adornan la Mercedes-Benz Fashion Week de Nueva York (entre Marc Jacobs, Carolinas Herreras, Jason Wus, Rag and Bones y un largo etcétera) haya uno que destaque por encima del resto. Y ese es el de Del Pozo, la firma española que, con Josep Font a la cabeza, ha desembarcado en la semana de la moda americana justo cuando se cumple un año desde que su nuevo director creativo cogiera el timón. Font desembarca en Nueva York con su segunda colección (la primera la presentó en otra Mercedes-Benz, la de Madrid) y se dice, se comenta que ha gustado muchísimo.
La primera ya le mereció reconocimiento internacional (se llegó a vender en páginas de venta tan prestigiosas como Net-à-Porter), y con esta se ha consolidado como una firma potente y con muchas vistas a la internacionalización. Ese es, precisamente, uno de los motivos por los que Del Pozo desfila en Nueva York: desde que la adquirieran en marzo del año pasado, los nuevos responsables de la casa -el grupo Perfumes&Diseño– quiso renovar por completo la imagen de la firma, rejuvenecerla y posicionarla en el mercado de aquí y de fuera pero siempre en sitios exclusivos. De ahí el cambio de nombre y el fichaje de un diseñador tan personal, auténtico pero a la vez cabal como Josep Font, que tiene holgada fama en el mundo de la Alta Costura gracias a lo que consiguió con su propia firma.
Del Pozo ahora hace «prêt-à-couture«, o lo que es lo mismo: ropa para vestir pero con acabados de atelier y con manufactura cien por cien española. Presentó la colección en Studio Canoe, un emblemático edificio de Chelsea al pie del río Hudson y lo hizo, como ya es habitual, en un entorno de cuento, con un algo onírico, como evocando un jardín de interior. Y las nuevas prendas fueron floreciendo poco a poco. Florecieron porque toda la colección resultó ser de lo más «orgánica»: las flores fueron leit motiv en las sugerentes formas de las prendas o en los propios estampados (aunque también se vieron tartanes y rayas), los volúmenes fueron generosos, sobre todo en las mangas, las cinturas altas tanto en las faldas por las rodillas- como en los pantalones -con ese corte tan espectacular y tan marca de la casa-, las espaldas descubiertas o atadas con elegantes lazadas a la nuca, pero dando siempre la sensación de que cada look era un todo un conjunto arquitectónico, todo ello vestido con colores neutros y salpicado ocasionalmente con algún destello de color, fluor y mucho contraste. De nuevo, la firma juega la carta de la ingenuidad, de la feminidad elevada a la máxima potencia, de ese rollo de hada blanca que tan bien sabe hacer el diseñador: en verano fue emulando a los pastores menonitas, en esta ocasión queriendo recrear un bucólico jardín, como si quisiera convertir a la propia mujer en una figura de origami viviente.
En Madrid se le echará mucho de menos, ya que fue uno de los grandes reclamos de la pasada Semana de la Moda madrileña, pero nadie puede negar que la jugada le ha salido redonda con este estratégico movimiento: además de la tienda que hay previsto que se inaugure en Madrid en marzo, Del Pozo tiene planificado abrir cuatro tiendas más en Shanghai, Moscú, Dubái y Nueva York, con lo que sigue en su camino de convertirse en una firma referencial del lujo español en el mundo. Mientras unos no hacen más que cagarla continuamente poniendo en sus bocas la dichosita «Marca España», resulta que esa pretendida «marca» se mueve por su cuenta, lenta y segura. Ojalá siempre pudiéramos exportar cosas como esta colección. Otro gallo nos cantaría.